Palabras robadas

Crítica de Luciana Boglioli - La Capital

El dolor como motor

Mientras la mayoría de las salas de cine de la ciudad están ocupadas por películas taquilleras y “éxitos hollywoodenses”, “Palabras robadas” se proyecta sólo en Cines del Centro. Un dato curioso -pero relevante- para analizar la demanda del público en la escena cinematográfica local. ¿Será porque la gente busca opciones light y/o divertidas a la hora de ver una película? ¿O será que las grandes cadenas de cine subestiman al público negándoles contenidos de calidad? En el caso de “Palabras robadas”, se trata de un filme dramático, reflexivo y profundo que transita los principales ejes de la existencia: la vida, la verdad, la muerte y la resignación. Bradley Cooper encarna a Rory, un escritor que sueña con un futuro de éxito profesional del cual carece en su presente. El joven no se cansa de presentar sus manuscritos a los editores más reconocidos, pero nunca obtiene una respuesta positiva. Repentinamente su destino cambia 180 grados al encontrarse con un maletín. ¿Qué cosas están en juego cuando se toma una decisión con la que se debe convivir toda la vida? Aquí se dejan al descubierto las vueltas imprevisibles de la historia de un ser humano, los amores, los temores y el perdón. La literatura está presente a lo largo de todo el filme, donde aparecen los clásicos inoxidables como “Siempre sale el sol” del gran Ernest Hemingway. Una película que enseña que la felicidad y el dolor dan origen a las palabras que anuncian el nacimiento de un libro. Intensa y conmovedora, brinda un final poco claro que no se termina de entender si fue de manera intencional o una falla en el relato.
De este modo, “Palabras robadas” es una opción más que interesante que invita a debatir acerca de dilemas éticos sobre la propiedad intelectual.