Pájaros volando

Crítica de Ezequiel Boetti - Cinemarama

Es algo curioso lo que pasa con Pájaros Volando. Héroe moderno de Youtube pero aún de culto para la televisión, paradigma del humor 2.0, de espíritu marginal aunque de llegada masiva, Diego Casusotto era el máximo atractivo de su segunda participación cinematográfica con Néstor Montalbano. Como pocas veces en los últimos años del cine argentino, una película quedó absorbida por el magnetismo de un actor en boga: Pájaros volando no es sino La de Capusotto. Por eso la expectativa de quienes lo aman (amamos) era enorme, desmedida. Craso error el nuestro. Si hay algo que caracteriza a este actor es su humor punzante, crítico y ácido en dosis tan pequeñas como justas: los tres a cinco minutos que dura cada sketch es el tiempo ideal para deglutir el mundo y regurgitarlo en forma de estiletazos que apuntan directo al hipotálamo de los espectadores durante una hora semanal, no más de dos meses al año. Más es el equivalente a una reducción del efecto cómico. Porque Peter Capusotto y sus videos lleva al extremo la empatía entre espectador-personaje, uno de los pilares sobre los que se asienta el humor visual, gráfico o literario. Mientras que algunos se valen del primitivismo sexual, latente en todo espectador, de culos y tetas enarcados en peleas básicas y orquestadas entre criaturas circenses y amorfas, los cortos apelan a un feed-back constante con un receptor empapado en una variopinta gama de códigos, tanto sociales (Micky Vainilla), etarios (el Emo) y fundamentalmente culturales, con el rock como estandarte que atraviesa cada uno de los personajes. Por eso la factura orgullosamente básica de la puesta en escena puede engañar transmitiendo una idea errónea de improvisación y falta de planeamiento: Peter Capusotto y sus videos es una rara avis del humor, un mix justo entre elitismo y bienvenida masividad.

El primer detalle curioso de Pájaros Volando es su duración. Casi dos horas suena a demasiado para una comedia en general, más aún para una que apuntala la narración en una premisa absurda y delirante como pocas, donde se entremezclan ovnis, hippies, porros y Cafiero (sí, Antonio). Esto se nota cuando la película arranca tratando de imponer una imagen bien capusottiana del protagonista: peluca afro, gesticulación grandilocuente, ojos redondos y ropa retro, cantando sobre un escenario el tema que da título al film. Pero la apoteosis iniciática merma y arranca un film que oscila entre la dispersión temática y el encanto de ese gran comic relief que resultó ser Luis Luque, actor capaz de cabecear cualquier centro que le caiga. Es él, pelado y con mechón y túnica, quizás el descubrimiento más grande de Pájaros volando, un film cuyo resabio no se orienta tanto a la desaprobación sino a la decepción. De allí que el error quizás no esté tanto en las valoraciones artísticas del film como de las erróneas expectativas con que fui al cine.