Pájaros de verano

Crítica de Gimena Meilinger - Cuatro Bastardos

Pájaros de verano: Anteponer la droga a la tradición.
Un inusual western colombiano con el narcotráfico como tema principal llega a la pantalla grande para sorprender. Una historia épica de gánsters situada en el pueblo wayúu. La poesía y el folklore atraviesan las imágenes para manipular al espectador en un oscuro relato.
Ciro Guerra, el director de la extraordinaria “El Abrazo de la Serpiente” (2015), regresa junto a Cristina Gallego para mostrar a la comunidad indígena wayúu en el desierto de Guajira, de costumbres ancestrales, y el origen del narcotráfico en Colombia entre los años ´60 y ´80. Se trata de la historia de una familia con un gran respeto por sus raíces y estructuras sólidas, hasta que aparece la marihuana.
Los pájaros migran en silencio, casi como fantasmas. Las langostas pueden augurar un cambio. Todo lo que el humano no puede controlar, inquieta.
La película da cuenta de la transformación del típico proceso agricultor colombiano al monocultivo de marihuana para satisfacer al mercado estadounidense – que luego demandará cocaína y también la obtendrán de los colombianos-. El cultivo de marihuana les genera a los aborígenes ganancias siderales y, con ello, la promesa de una mejor calidad de vida. Pero todo tiene su lado B.
En el desierto de La Guajira, en un período que va de 1968 a 1980, donde viven los wayúus, una población nativa que se dedica al pastoreo y al café. Inspirada en hechos reales, la película explica los orígenes del narcotráfico en Colombia, con la llegada de las misiones de paz norteamericanas para comunicar ideales del capitalismo.
Rapayet (José Acosta) se muestra interesado en casarse con Zaida (Natalia Reyes), hija de la guía del clan, Úrsula (Carmiña Martínez), quién determina la dote que deberá presentar para el casamiento. Para demostrar que tiene poder y es digno de la muchacha, toma contacto con un miembro del Cuerpo de Paz, que le propone empezar un rentable negocio de plantaciones ilícitas de marihuana. Aunque esa decisión va a costar vidas, tradiciones y el rumbo de la historia del pueblo.
La ambición, el poder y el dinero desencadenan guerras impensadas y violencia nunca vista dentro del clan, destruyendo las prácticas ancestrales en pos del individualismo agresivo para tener dinero con el cultivo de marihuana.
La película se divide en cantos/capítulos que remiten a la tragedia griega, a lo shakesperiano, como un retrato simbólico de cada uno de los personajes. Los sueños también son presagios que advierten peligros.
La música autóctona y los sonidos ambientales acompañan de forma armónica toda la película. El viento, silencio que se siente y se ve, sitúa al espectador en el espacio desértico y onírico en el que todo transcurre. La realización es prolijamente rigurosa, con un desarrollo clásico y una edición que mantiene el ritmo hasta el final. Una película para disfrutar estéticamente y comprender culturalmente a estas tribus.
Hablado mayormente en lenguaje wayúu – y el resto en español-, “Pájaros de verano” expone algunas consecuencias del narcotráfico para las comunidades indígenas. Repleta de imágenes sumamente simbólicas que dan profundidad a la narrativa paciente con una mirada antropológica, se preocupa por mirar el lado de los que sufren con todo esto.
Las actuaciones son excelentes en un reparto coral en la que se destaca el protagonismo de Carmiña Martínez, José Vicente, Natalia Reyes, José Acosta y Jhon Narváez, sin que desentone ningún personaje.
El guion está fuertemente marcado por la interpretación psicológica del sufrimiento de los pueblos precolombinos. Narrada como un western, estructurada en actos o “cantos”, hablada en un idioma inusual, llena de realismo mágico, tomado de otro colombiano como García Márquez, esta película es rara, sí, pero también es una joya latinoamericana para disfrutar de la magia y entender los padecimientos de ciertas tribus.