Pájaros de verano

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La película codirigida por el realizador de la nominada al Oscar “El abrazo de la serpiente” transcurre en una comunidad indígena colombiana que, en los años ‘70, entró en conflictos internos cuando empezó a venderle marihuana a los estadounidenses y a disputarse el negocio entre distintas familias. Un combo de dos tipos de películas diferentes que funcionan muy bien juntas.

Dos géneros que uno imagina por separado dentro de las tradiciones del cine latinoamericano se combinan muy bien en PAJAROS DE VERANO, la nueva película de Ciro Guerra codirigida en esta ocasión con Cristina Gallego, también su productora. Una de ellas, la que parece marcar el tono al principio, es el drama de las comunidades indígenas tradicionales, en este caso los wayuu de la Guajira colombiana. La primera escena muestra el pasaje a la adultez de Zaida, una niña que sale al mundo a ser ofrecida en matrimonio tras pasarse un año encerrada tejiendo según ciertas normas tradicionales. La chica termina siendo pedida por Raphayet, un hombre bastante más grande, que trabaja con los alijuna, como ellos llaman a los que no son indígenas. Pero en la familia la que parece mandar es la madre de la chica, Ursula, cuyo poder sobre los demás y supuesta sabiduría no se discute.

La película está dividida en varios Cantos —a lo Dante en la Divina Comedia— y arranca en 1968 para terminar a principios de los 80. Luego del rito tradicional la película parece girar a otro territorio, más Scarface/Scorsese, pero en los mismos escenarios y con los mismos protagonistas indígenas. Raphayet y su amigo Moisés se dan cuenta que es un gran negocio venderle a los gringos de los Peace Corps la marihuana que cultiva una familia indígena cercana y rápidamente empiezan a hacer mucho dinero con eso, montando un sistema que es la versión en pequeña escala de lo que conocimos luego con los narcos colombianos en los ‘80. Pero la violencia, la sangre, los conflictos internos son los mismos, solo que los códigos en juego, al menos en teoría, parecen ser otros, ya que las comunidades se rigen por otros valores y tradiciones. O deberían…

Pero el dinero es el dinero, el poder es el poder, y a lo largo de esa década la película nos irá mostrando la disolución, peleas a muerte y enfrentamientos entre esas familias que lucirán y vivirán en lugares diferentes a los de EL PADRINO o los narcos de Miami pero se cobran las deudas y se disputan el poder de maneras bastante similares. Lo que le otorga un grado de originalidad a la película es que los escenarios y costumbres son muy distintas y, a la vez, los directores no idealizan a las comunidades de este tipo como suele hacerse en el cine latinoamericano de consumo internacional sino que muestran sus contradicciones, su orgullo, sus ansias de poder y cómo eso va destruyendo sus tradiciones.

A la vez PAJAROS DE VERANO de verano mantiene un cierto look y algunas ideas del imaginario indígena tradicional (cantos, cuentos, rezos, etc), que resultan particularmente interesantes de analizar en un contexto de película casi de gangsters. En la segunda mitad por momentos se pierde un poco el eje respecto a los personajes (Raphayet, quien parece ele protagónico en su primera mitad va cediendo paso a esa especie de Lady Macbeth que es Ursula) y algunas subtramas quedan no del todo exploradas o desarrolladas. Pero más allá de algunos pequeños desajustes de ese tipo, la película resulta original, inteligente y, a la vez, bella.

En ese sentido se parece bastante a EL ABRAZO DE LA SERPIENTE ya que ambas son películas que se centran en la disolución de comunidades indígenas a partir de la llegada del hombre blanco y/o el capitalismo, pero no lo hacen desde un punto de vista inocente, de “noble salvajes” enfrentados a fuerzas poderosas desconocidas sino que muestran a los pueblos originarios enredándose en las ambigüedades existentes en cualquier comunidad, especialmente a partir de la aparición del dinero. Cualquiera sea su origen o condición, el ser humano –parecen decir ambas películas– es bastante más complejo que lo que buena parte del cine festivalero que exportamos desde América Latina quiere hacernos creer.