Padres de la plaza: 10 recorridos posibles

Crítica de Oscar Ranzani - Página 12

Testimonios de una lucha silenciosa

El documental da cuenta del rol que desempeñaron los padres de desaparecidos durante la dictadura. El film está estructurado a partir de los recuerdos de una decena de hombres que acompañaron a las Madres en la búsqueda de sus hijos.

Si bien no tuvieron una exposición tan pública como las Madres de Plaza de Mayo, los padres de los desaparecidos estuvieron presentes frente a las ausencias. El documental Padres de la Plaza-10 recorridos posibles, de Joaquín Daglio, plantea desde su inicio la siguiente pregunta: ¿qué sucedió con los padres? Si las Madres, junto a las Abuelas, fueron un símbolo de la resistencia frente a la dictadura y los hijos supieron agruparse en democracia y darle sentido también a su lucha, el caso de los padres era más desconocido públicamente –hasta ahora–, pero no por eso menos valorable. Ese es el primer aspecto que desnuda este documental realizado por Daglio en conjunto con un grupo de egresados de Ciencias de la Comunicación y de Diseño e Imagen de Sonido de la UBA, porque ellos mismos se hicieron esa pregunta cuando estaban participando de la marcha con motivo de los treinta años del golpe de Estado, en 2006.

Padres de la Plaza se estructura a partir del testimonio de una decena de hombres que sufrieron el dolor de tener hijos desaparecidos. Ante la pregunta acerca de por qué no estuvo tan presente la figura del padre, hay diversas opiniones como, por ejemplo, “Nosotros éramos acompañantes” de las Madres o “Los padres estaban presentes a su manera”. Pero el comentario que mejor traza el espíritu de la época es aquel que menciona que, mientras sus compañeras participaban de las rondas, “los padres nos manteníamos en las esquinas circundantes a Plaza de Mayo para ver si les pasaba algo”. Y este testimonio deja entrever que era una lucha más silenciosa la de estos hombres pero, a la vez, esperanzadora y admirable.

Padres de la Plaza apela a la sensibilidad del espectador y establece una mirada humana para conocer las vidas, los sueños y las tragedias de estos hombres, que cuentan cómo eran sus hijos, sus deseos, sus satisfacciones, sus ideas, sus personalidades. Pero también relatan cómo ellos mismos se movían para conocer el paradero de sus hijos; desde uno que se topó con Massera en un vuelo hasta el que consultó a un obispo. Pero aquellos días en dictadura eran muy oscuros. Y las razones de las desapariciones también. Por eso nunca encontraron respuesta frente a las mentiras de los asesinos con botas. Cuando se les pregunta cómo eran sus sueños, algunos se atreven a confesar que en el mundo onírico podían ver el regreso de sus hijos a sus casas. Pero también queda en evidencia el duro momento del despertar y encontrarse con una realidad perturbadora, triste y horrorosa. Otros los recuerdan con fotos y escritos. Y está el que, con orgullo, muestra una pancarta “que recorrió muchas marchas”.

Daglio convocó a cada padre para que eligiera un lugar de pertenencia: en ese recorrido del documental aparecen el café del barrio, el Club Huracán, un club de yatch, un aeródromo, un parque; es decir, lugares importantes en sus vidas pero que también les permiten encontrarse con el recuerdo de sus hijos. Promediando el documental llega el momento más fuerte, cuando los padres cuentan cómo desaparecieron sus hijos y narran la dificultad de hacer un duelo sin los restos de sus seres queridos. Es el momento en que lo grupal se vuelve individual, porque cada desaparición es única e incomparable. Cada uno a su modo y con la manera de manejar el dolor que cada uno adquirió con los años, brinda su testimonio. Pero tal vez por una decisión del director, después de esos recuerdos, todos se unen nuevamente: lo individual vuelve a hacerse colectivo y todos van a ese encuentro final en la Plaza de Mayo, donde se saludan, se conocen, se abrazan. Y provocan también un genuino deseo de abrazarlos. Como a las Madres de la Plaza.