Paco

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

No me gusta criticar a Diego Rafecas, me incomoda. Pienso que Rafecas en su ambición y pretensión ha equivocado el rumbo de su filmografía, de sus ideas, apuntando al cine cuando debería ir directamente a la televisión.

Rafecas, posiblemente sea un Shyamalan argentino, en géneros opuestos, claro, pero con obvia moralina ideológica new age. Pero, mientras que el director del Sexto Sentido, disfraza su “mensaje” con atractiva estética cinematográfica, efectivos climas, buen desarrollo de personajes e interpretaciones, y sobretodo un aire de cine de clase B, y géneros malditos, Rafecas… bueno, expone todo deliberadamente de la forma más burda posible.

Lo de Rafecas, se podría comparar con lo de Subiela, pero con menos pretensiones poéticas y líricas… Rafecas toma de Subiela, lo peor… lo cual como sabemos, puede ser mucho.

Paco, por su ambición, es quizás lo más decepcionante y menos personal de su realizador. Aquellos que sean sus detractores, posiblemente lo linchen a esta altura.

A diferencia de Un Buda o Rodney (que a comparación termina siendo la menos pretenciosa, más ligera, y por lo tanto digerible a nivel cinematográfico), esta vez Rafecas no solo quiere mostrar la redención y reinserción en la sociedad de un adicto, gracias al amor, la religión y un cambio interno de la moral, sino que además intenta hacer una crítica política obtusa, ingenua, falsa, reforzada por las estereotipadas y pésimas interpretaciones de Gabriel Corrado y especialmente Esther Goris como dos senadores… en contra del paco.

A nivel informativo, Rafecas aporta detalles, que se pueden ver en cualquier noticiero de hoy en día y suma una subtrama explosiva, literalmente hablando, que lleva a Paco (Tomás Fonzi, un poco mejor que en otros trabajos) al Africa (¿?) Y cuánto más social y crítico se ponen las intenciones de la película, menos queda de moral y más de telenovela barata.

El otro problema es la estructura narrativa. No tanto, por el hecho de tener una historia descompuesta, y que poco a poco el espectador va armando las piezas sobre como fue la “explosión” en la cocina de Paco, sino por la forma en que encara la coralidad. Cuando Rafecas abre la historia del protagonista para divagar en las diferentes historias, de los demás reclusos del centro de rehabilitación, la película decae en ritmo, se vuelve monótona, repetitiva, y va sumando clisé tras clisé, aburriendo al punto de que las dos horas de duración se convierten en dos siglos. Si bien, no hace tan “santos” a los personajes de los coordinadores (Luque sobreactuado y Aleandro, una rosa entre las espinas), es cierto que a medida que suma y suma personajes, le agrega a cada uno su conflicto y después entremezcla las historias (solo Juan Palomino y Roberto Vallejo resultan creíbles en sus roles), se va metiendo en un enredo que no logra tener una conclusión satisfactoria. Hay personajes a los que en un principio se les da demasiado cabida, y luego desaparecen (como Willy Lemos o Rizzi) y otros que nunca terminan por aparecer (Pasik).

El director elude golpes bajos durante la primera hora, y pone todos juntos después. Alterna escenas románticas con otras policiales, y algunas propias del peor melodrama, como si fuera un esquema demasiado previsible. Trata de no caer en escenas lacrimógenas, pero termina haciéndolo también. O sea nada le sale bien. La estética es bastante televisiva. La fotografía del gran Marcelo Iaccarino, que otras oportunidades supo estar al lado de Fabián Bielinsky, termina forzando, impostando un clima que nunca termina de cerrar visualmente. Aun siendo, irregular y errático, Matías Mesa, el excepcional camarógrafo (que trabajó con Gus Van Sant en varias oportunidades) logró un trabajo más cinematográfico en Rodney.

Los efectos visuales son patéticos, poco creíbles.

Se rescata la intención de concientizar sobre el efecto del paco en los sectores bajos, sobre como erradicarlo de la sociedad, y a su vez sobre la importancia que tienen los centros de rehabilitación. Pero los resultados son demasiado pobres para que la película pueda conseguir estas intenciones. Si a eso le sumamos, escenas demasiado patéticas como en las que Sofía Gala ve sombras y estrellas (exactamente igual que en Los Resultados del Amor de Subiela, eso es caer bajo), o la entrevista a un senador opositor a Esther Goris (el propio Rafecas, entrevistado por Nelson Castro), es imposible que un mensaje bienintencionado se destaque de una obra tan floja.