Paco

Crítica de Damián Hoffman - A Sala Llena

Diego Rafecas, un director argentino querido entre los actores pero mal entendido por la crítica, suele usar una fórmula parecida en cada uno de sus trabajos. Intenta hacer una crítica a la sociedad y su hipocresía, convoca a un elenco con gran atractivo juvenil para actuarla y sumerge todo en un clima espiritual. Con Paco vuelve a lanzar su dardo en la misma dirección y clava su mirada en una perspectiva demasiado amplia que, en vez de enfocarse en un asunto y desarrollarlo, decide abarcar demasiado sin profundidad.

Esta vez, su ojo de juez de la realidad se apoya en la política y el uso que hacen los funcionarios, por omisión principalmente, de las drogas para deteriorar toda una generación. Paco (Tomás Fonzi), el hijo de una prestigiosa senadora (Esther Goris), es un inteligente físico nuclear que se torna adicto de estos desechos tóxicos que deja la cocción de la cocaína. Luego de involucrarse sentimentalmente con una empleada sanitaria del Congreso, visita la villa en donde ella vive y allí prueba la maligna sustancia y ve la mafia de la que surge. Un par de eventos trágicos harán que planee un hecho que dejará a varias personas muertas, algunas de ellas exentas al tráfico de la pasta base.

Sí, “Paco fuma paco” (frase muy original pronunciada en la película). Y, para evitar una caída abrupta de la imagen positiva de la legisladora y merecer una condena menor para el delincuente por buena conducta, su madre lo lleva a un centro de rehabilitación religioso. Dirigido por una dedicada especialista (Norma Aleandro), es aceptado con prisa por favores políticos que superan la moral de la directora con tal de ayudar la situación de los recuperados. En la casona, el perturbado recién ingresado convivirá con una serie de personajes flageados por la misma enfermedad y con pasados de diferente dramatismo, que serán contados de forma despareja y a manera de flashbacks con el correr de los minutos.

Lo que podría haber sido una linda historia humana sobre los lazos que van construyendo los internos a medida que progresa su mejoría, el creador de Un Buda y Rodney eligió agudizar la lupa en algunos protagonistas y dejar de lado a otros, inexplicando la existencia de ellos. No se logra investigar ninguno de los puntos de esta obra, lo que se dilata con situaciones que podrían obviarse. Hay de todo: de tipo paranormal, otras cómicas y un montón tiradas de los pelos y dignas de un melodrama de alguna novela de la tarde, como el viaje al exterior de uno de los personajes por un motivo obsoleto y el sobreactuado conflicto que provoca la relación entre un celador y su paciente.

Asimismo, nunca se muestra cómo se curan los aquejados ni las metodologías aplicadas, sino algunas charlas, fiesta improvisada mediante, y reflexiones forzadísimas en el patio.

El elenco es bueno en la gran mayoría de los casos. Cuenta con caras conocidas y frecuentes en el cine, como las de Sofía Gala Castiglione, Romina Ricci y Leonora Balcarce, juntos a actores jerarquizados como Aleandro, Luis Luque, Goris, Willy Lemos y un caricaturesco Gabriel Corrado. Sorprende Fonzi al personificar con sutileza y credibilidad un rol difícil de llevar adelante.

Las canciones compuestas originalmente para la película de la mano de Babasónicos y Pity Álvarez (Viejas Locas e Intoxicados) pasan por diferentes géneros, como cumbia y rock, y logran complementar acertadamente la narración.

A pesar de seguir intentándolo, el realizador no solo no ha podido lograr aportar su dosis de filosofía oriental sin que resulte fuera de contexto, sino que falla al querer consolidar lo que quería contar como un producto íntegro, sino que ahonda en algunos aspectos dejando todos los otros talantes abordados superficialmente.