Paco

Crítica de Carlos Herrera - El rincón del cinéfilo

Diego Rafecas, en su tercer largometraje, vuelve a ofrecer una historia sumergida en el mundo de las drogas. Lo hace en forma de vidriera, al mostrar el abanico de consecuencias que, en efecto dominó, provoca el accionar de un adicto a la terrible sustancia conocida popularmente como “paco”, pero sin profundizar demasiado en cada una de ellas. Se limita a exhibirlas y es suficiente. Allí están. El cineasta ha preferido informar al espectador sobre una realidad y lo hace de una manera que por momentos roza el formato de un noticiero.

La historia se inicia cuando una cocina de cocaína estalla y mueren muchas personas. Francisco”Paco”, hijo de una senadora nacional, es encontrado inconsciente por una sobredosis en las proximidades y es acusado de haber provocado el estallido. De allí en más se disparan subtramas que desarrollan lo que ocurre en el despacho congresal de la madre del protagonista, ya que su carrera política se verá afectada por lo sucedido pero también comenzará de alguna forma a reconocer las falencias, no precisamente económicas, que hizo sufrir a su hijo y recurrirá a un Instituto de recuperación, donde se cruzará su historia con las de una pareja de adictos que también tiene poder económico, con un gay que ha criado a una niña que ahora adolescente es adicta, con un matrimonio de clase media con una hija que ha caído en la drogadicción, con el padre "soltero" de una joven que ha llegado hasta a la prostitución para drogarse.

En desarrollo paralelo el espectador ve cómo se maneja una institución no gubernamental dedicada a la recuperación de los adictos, con las intenciones, contradicciones y desesperanzas de quienes trabajan en dicho lugar.

Hay una directa denuncia a ciertas prácticas, que se comentan como habituales, que algunos médicos de institutos de salud mental del gobierno realizan aprovechándose de los internos.

Rafecas también se ha dado tiempo y lugar para hacer rápida referencia, casi como caricatura, del trabajo de los asesores de imagen de los políticos, tanto en lo que hace a "maquillaje" de rostro como de acciones, del "dejar hacer" de las fuerzas policiales, de la "vista gorda" de funcionarios de aduana cuando se trata de gente relacionada con legisladores y de la gente con "otra orientación sexual" que hacen de madre y padre de niños abandonados.

Las actuaciones de este elenco de estrellas tiene desniveles, Tomás Fonzi como “Paco”, el protagonista, compone su personaje con acertados matices y lo mantiene a lo largo de toda la historia, sin embargo se destaca Willy Lemos al lograr componer un gay por medio de los estereotipos pero sin caer en el desborde. Guillermo Pfening se maneja con idoneidad en el armado casi teatral de una escena de drogadicción en la que por, exigencia de guión, posiciona singularmente su cuerpo para que transmita frialdad pero en su rostro debe entregar la sensación de ansiedad descontrolada, y en este punto hay que reconocer que el jefe de casting hizo con este actor una muy buena elección de "physique du rol" para el personaje de un adicto económicamente poderoso. Norma Aleandro y Luis Luque, como la directora y el médico del Instituto, respectivamente, nos muestran su habitual solvencia actoral. Mientras que Esther Goris, extrañamente, no logra convencer totalmente en la construcción de una senadora de la Nación. Gabriel Corrado, como el asesor de la senadora, desarrolla su personaje de tal manera que el espectador lo recuerda como si hubiera sido un cameo.

Se ve en pantalla una obra con una temática fuerte, que moviliza al espectador a estar más atento a lo que sucede con la droga, de cualquier tipo, a su alrededor, y seguramente eso es lo que buscó Rafael Rafecas.