Pabellón 4

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Una placa al comienzo de Pabellón 4 explica que los llamados pabellones de población son los más peligrosos y donde más muertes ocurren. Allí los guardiacárceles ingresan con armas de fuego sólo en caso de peleas entre internos. Es, pues, un territorio donde el Estado brilla por su ausencia.

El Pabellón 4 de la Unidad 23 de máxima seguridad del penal de Florencio Varela, en el Gran Buenos Aires, pertenece a este grupo. Pero tiene una particularidad. Allí el abogado y escritor Alberto Sarlo lleva adelante un proyecto que consiste en enseñarles filosofía, literatura y boxeo a 52 presos. Y los internos, en contra de lo que la imagen instalada en los medios y en la opinión pública, invitan a pensar, aprenden, reflexionan, piensan, se piensan.

Riguroso documental de observación no intrusivo en donde la cámara opera como testigo silencioso de la escena, Pabellón 4 articula su relato alrededor de las charlas de Sarlo en las que abundan referencias a Hegel, Sartre y Dostoievski. Se escuchan también los cuentos escritos por los presos en los que hablan en carne viva sobre la experiencia carcelaria. Sarlo, lejos del prejuicio pero también de la compasión, escucha con una atención contagiosa, hablándoles con franqueza y un lenguaje que no por poco académico carece de potencia y verdad.

El director de Pabellón 4 es Diego Gachassin, quien un par de años atrás había codirigido Los cuerpos dóciles junto a Matías Scarvaci. Aquel film acompañaba a Alfredo García Kalb, un abogado defensor de pibes chorros que procuraba comprenderlos antes que enjuiciarlos, y apelaba a la sinceridad aun cuando doliera. De esa misma materia están hechos Sarlo y Carlos Mena, un ex preso que reingresa ahora como asistente. La narración de su historia de vida atravesada por la marginación, el olvido y la violencia es uno de los momentos más duros del cine documental de este año.