Ouija: el origen del mal

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Junto a James Wan, Mike Flanagan es uno de los mejores autores del cine de horror contemporáneo; la diferencia es que si el primero busca finales afines al gusto del público, el segundo se caracteriza por una aridez que no da respiro ni en el final. Ambientada en 1967, esta película se ubica como precuela de la primera Ouija, de 2014. La viuda Alice Zander y sus dos hijas, Doris y Paulina, tienen montada en su casa una pantomima para atraer espíritus de aquellos que pagan por hablar con los muertos; la pantomima funciona hasta que Alice compra un tablero de ouija vendido como juego de mesa. Las Zander pasan por alto las instrucciones (o algo así; revelarlo sería un spoiler) y el juego de mesa se convierte en un objeto diabólico. Queriendo comunicarse con el padre muerto, un espíritu se adueña de Doris, la más pequeña, que termina haciendo cosas parecidas a Linda Blair. Si bien el desarrollo es endeble, la película se sostiene gracias a la pericia de Flanagan para hacer saltar del asiento al más cínico crítico de cine arte.