Otros silencios

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

De Toronto a La Quiaca

Otros silencios, tercer film del argentino Santiago Amigorena, cuenta con un reparto de actores internacionales e incluso locales y gran parte del rodaje fue realizado en locaciones del norte argentino, más precisamente Jujuy, Tilcara y la Quiaca.

El relato arranca en Canadá, en la tranquila y apacible vida de una mujer policía (Marie-Josée Croze), a quien le asesinan al marido y a su pequeño hijo en lo que indica un ajuste de cuentas. La herida se hace tan insoportable para la protagonista que rápidamente encara un silencioso plan para dar con el paradero del asesino, un argentino (Ignacio Rogers) apodado Pablito que tras salir de la cárcel solamente jaló el gatillo y acribilló al esposo de la policía y a su pequeño sin preguntarse absolutamente nada.

Así, en lo que a las claras puede desplazarse dentro de las coordenadas de un relato de venganza que de inmediato se interna en la realidad más profunda de Argentina mostrando la marginalidad que no sale en las postales turísticas, Santiago Amigorena le insume otros elementos que transforman un policial convencional en un viaje iniciático que atraviesa las rutas de todo duelo por una pérdida.

Aquellas preguntas que el asesino no quiso formularse se hacen carne en la tristeza y angustia de la mujer extranjera, quien toma contacto con una realidad completamente distinta a la de su Toronto; un universo en el que progresivamente irá madurando la idea de venganza como expiación de la culpa pero no como alivio para una herida que jamás cicatrizará.

El ritmo de la trama se acomoda pacientemente en los tiempos propios del relato, aunque ciertas resoluciones del guión resultan un poco forzadas cuando se trata del policial a secas. Torpezas de personajes para justificar acciones por momentos malogran las buenas intenciones, así como la mala elección del actor argentino Ignacio Rogers para interpretar un personaje fronterizo y marginal porque su naturaleza no lo hace nada creíble. Todo lo contrario ocurre con la actriz Marie-Josée Croze, quien sabe dosificar la procesión interna con la explosión del dolor hacia afuera en el momento justo y sin sobreactuación.