Otro entre otros

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

La corrección nunca fue un valor artístico, pero Otro entre otros despliega su modesta dramaturgia apaciblemente, sin sobresalto alguno a la vista, y consigue extraer a fuerza de un empuje casi imperceptible las conclusiones menos evidentes de su tema. Según se nos informa en este documental, resulta que de una cantidad determinada de judíos argentinos hay otra cantidad no desdeñable que además son gays. Así lo dice la película y procediendo de ese modo en el desglose de la estadística: judíos primero, gays después. Otro entre otros se trata al fin de comunidades, de familias construidas con el viento a favor de las similitudes, de los lazos comunes que juntan a las personas y las reúnen en afinidades, en gustos, en elecciones y en destinos compartidos. Pero también en sufrimiento y consternación. Otro entre otros no se interroga por la ontología de esa diferencia que se repite en el título, doblemente aliterada (esa “otredad”, como les gusta decir a los científicos sociales, y para seguir con el trabalenguas), pero pone en evidencia el carácter perturbadoramente ilusorio de la homogeneidad de todo grupo humano.

Con el aporte de unos pocos testimoniantes, la película de Pelosi expone las voces en primera persona de aquellos rechazados dentro de la comunidad judía por su condición homosexual. Lo notable sin embargo, es el carácter conciliatorio que está en el corazón de Otro entre otros, la estela invisible que emana de los protagonistas y que les hace abrazar su judaísmo y su homosexualidad al mismo tiempo. Es decir, no hay renuncias en la película sino una vocación abarcadora insobornable y es en esa tensión en donde parecería jugarse su verdadero drama: no en la incomprensión de los padres, en el desconcierto y eventual alejamiento de los amigos de toda la vida o en la cósmica prescindencia de las autoridades religiosas sino en el desgarro del que se ve expulsado. Pelosi muestra un grupo de personas pujando por no dejar de pertenecer a una comunidad cuyos lazos son al fin y al cabo menos religiosos que culturales y emocionales. En un momento la cámara sigue a uno de los personajes por el que fuera su jardín de infantes y ahora es un edificio abandonado: “acá recuerdo algunos de los momentos más felices de mi vida”, dice. No es que la niñez sea la felicidad porque se encuentra exenta de compromisos sino porque representa, acaso, la tibieza edénica en su máximo esplendor: el grupo nos contiene, la comunidad nos contiene. Pero luego resulta que esa familia tiene fallas y entonces hay que armar otras nuevas, constantemente. Otro entre otros parece sugerir que la pasión humana más desarrollada es la de crear facciones y se guarda una sorpresa para los tramos finales al tiempo que su fuerza inicial empieza a diluirse conforme se institucionaliza: la revelación de la existencia de JAG, la asociación que reúne a los Judíos Argentinos Gays. Uno podría imaginar en el futuro que algunos integrantes de la JAG se vieran discriminados por sus inclinaciones políticas y lucharan por formar un grupo que los representara dentro de la misma asociación. El tono general de Otro entre otros no contempla esa posibilidad y prefiere detener ahí la serie de divisiones y subdivisiones y anotarlo como un triunfo definitivo a modo de corolario. Pero podría haber otra película esperando en el horizonte.