Orgullo, prejuicio y zombies

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

#PoneleZombiesATodo

“Las adaptaciones de grandes clásicos del teatro o la literatura que apuestan por un giro moderno, refrescándolos con pátinas de diversos colores y texturas, corren siempre el riesgo de la obsesión por la superficie.” La definición con la que el periodista Diego Brodersen arrancó la crítica publicada en este diario de la versión de Anna Karenina a cargo de Joe Wright le calza perfecto a esta visita de refilón al universo de Jane Austen, perpetrada en este caso por el realizador Burr Steers (17 otra vez y Más allá del cielo, ambas con Zac Efron). Lo de “refilón” se debe a que la materia prima no provino directamente del texto de la novelista británica, sino del de un tal Seth GrahameSmith, autor de otro libro con premisa delirante devenida en película como Abraham Lincoln: cazador de vampiros, quien en 2009 aprovechó que los derechos de Orgullo y prejuicio se encontraban bajo dominio público para reimaginar la historia original en el contexto de una Inglaterra decimonónica invadida por una horda de muertos vivos. El resultado es, pues, Orgullo, prejuicio y zombies, película que ya desde su título digno de la explotation ochentosa pos dictadura preludia la auténtica berretada que finalmente es. Claro que hay berratadas buenas y otras que no. Las primeras son aquellas que se asumen como tales; las segundas, en cambio, no. Y la falla suele ser justamente ésa, la falta de autoconciencia sobre su condición, tal como ocurre durante la segunda mitad del metraje. En la primera, Steers parece divertirse de lo lindo retorciendo el universo palaciego sumándole facas y armas a los corsés y vestidos de las chicas para tironearlas entre los mandatos culturales y la bravura de la cacería. Estas mujercitas de armar tomar, capaces de pasar del cuchicheo en una fiesta de gala a repartir cuchillazos en un pestañeo, y el habitual colorinche visual impuesto en las adaptaciones para adolescentes más recientes –ver si no La cenicienta o la última Romeo y Julieta– invitan a pensar que el film desandará un recorrido que mezcle la estilización de Sucker Punch con el gore más clásico, ilustrado en el festivo regodeo hemoglobínico que implica filmar las vísceras y cerebros en planos casi siempre cerrados. Pero cuando Steers debe ir a fondo con esa propuesta, elige sacar el pie del acelerador, relegando la vertiente más física del relato en pos de un intento por abrazar la aventura –automática, sin vuelo– y el romanticismo –bobo y desangelado– heredado de la saga Crepúsculo. Así, con poco músculo y más corazón, Orgullo, prejuicio y zombies es una película que quiere abarcar mucho, pero termina apretando poco.