Omisión

Crítica de Mariana Mactas - Clarín

Sin intriga ni sorpresa

La premisa, aunque transitada, es interesante: un sacerdote toma la confesión de un hombre que cometió un crimen. Lo que no está tan visto -y hace al meollo argumental de Omisión-, es que el tipo, además, se confiesa a futuro: anuncia los crímenes que va a cometer.

¿Qué debe hacer el cura? Si rompe el “sigilo sacramental”, el secreto de confesión, colgar los hábitos. Si no hace nada, comete pecado de omisión. Y con vidas humanas en juego. La opera prima de Marcelo Páez Cubells nada en las aguas fronterizas entre la Iglesia y la calle, entre la resignación y las tentaciones de la carne: no ya el erotismo, sino la violencia.

Santiago Murray (Gonzalo Heredia) vuelve a su barrio humilde y conflictivo después de diez años de ausencia. Ahora es cura, y alterna -a la Elefante blanco- los sermones con el rescate de los pibes chorros. Pronto sabremos que él fue uno de esos pibes y por tanto el regreso es su misión existencial. Barbado, de mirada dulce y con más peso corporal, Heredia luce el physique du rol. Sin sotana, tatuado y con camiseta ajustada, aparece como el galán que conocemos de la televisión argentina. Con ella, como un héroe sensible, tan capaz de fortaleza como de quebrarse ante sus propios dilemas éticos. En paralelo, seguimos a un psiquiatra muy extraño, acaso demasiado (Carlos Belloso), con aparente complejo de Dios. Y conocemos luego al antiguo amor de Murray, la expeditiva abogada Clara Aguirre (Eleonora Wexler, compañera de Heredia en Valientes).

El sacerdote, obligado al silencio, deviene detective. Tras la huella del asesino, descuida sus deberes parroquiales y se expone al peligro. Si en el inicio de Omisión el “desexilio” del personaje es una subtrama interesante, la filiación con el género policial está marcada desde el preámbulo. Pero el suspenso es débil. La ansiedad anticipatoria se anula, al ubicar al espectador en el mismo nivel de incertidumbre y sospecha que el protagonista. Y si bien esto podría jugar a favor del thriller de acción, la realización tiene el vuelo limitado.

No queda otra que seguir a Murray en una sucesión capitular: hechos que se anuncian y se descubren en pocos pasos del sacerdote, a vuelta de página, hasta el desenlace. Sin alcanzar, por tanto, el vibrato necesario. En esas decisiones de puesta, con situaciones muy parecidas entre sí, es que Omisión licúa su potencial intriga y capacidad de sorpresa.