Omisión

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Hay secretos que no se pueden revelar

Con un guión sin demasiados matices, el thriller psicológico tiene una puesta en escena meticulosa y un final previsible.

El antecedente lejano pero contundente tiene relación con Mi secreto me condena/I Confess (1952) de Alfred Hitchcock, con Montgomery Clift encarnando a un atormentado sacerdote a quien se le confiesa un asesino. El referente de la opera prima de Pérez Cubells resulta celebratorio pero no es cuestión de comparar ambos films; más aun, cualquier aproximación a un título del genio inglés siempre actuará en desmedro de la película que rinde culto al original. Entre otras cuestiones, porque Omisión es un thriller psicológico y aquel título de Hitchcock, de acuerdo a la puesta en escena del maestro, es un melodrama sobre la culpa y una vuelta de tuerca sobre el falso culpable, tema central de la obra del autor.
Omisión, por su parte, presenta personajes atormentados desde los primeros minutos. El sacerdote (Heredia), que luego de un larga estadía por Europa retorna a su lugar natal para continuar con su misión; el psiquiatra devenido asesino (Belloso), quien vocifera sus razones en la confesión; una mujer (Wexler), ex pareja del hombre de la sotana, que oficia como la voz de la ley entre los dos personajes masculinos y, finalmente, los pacientes que son asesinados porque no vale la pena que sigan perteneciendo a este mundo.
La puesta en escena de Pérez Cubells, meticulosa en los rubros técnicos, queda asfixiada por un guión sin demasiados matices, donde el conflicto central se presenta en los primeros minutos hasta arribar a un desenlace sin demasiadas novedades.
Sin embargo, no está mal que una película se aferre a la palabra escrita. Pero el problema de Omisión es que los textos suenan como sentencias importantes sobre la verdad, el bien, el mal, la justicia terrenal, la otra divina y el destino que le corresponde a una humanidad en permanente tensión. En ese punto flaquean las intenciones de la película: su pulcro uso de la luz y de la música contrasta con los parlamentos embebidos de (auto)importancia, construidos como estentóreas proclamas que omiten cualquier atisbo de ambigüedad, de planteo sutil que vaya más allá de aquello que entrega un guión que hace demasiado ruido.
Por eso, las conversaciones entre sacerdote y asesino no presentan enigma alguno, como tampoco los relatos del psiquiatra contando sus crímenes, elaborados a través de flashbacks. En ese lugar pertenencia al que recurre Omisión, donde no hay espacio para el juego dialéctico más allá de lo que confiere el guión, la película queda sumergida en una planicie narrativa que sólo produce una sensación de permanente repetición.