Omisión

Crítica de Adrián Monserrat - Cinescondite

A veces el silencio puede convertirte en cómplice directo de cualquier tipo de acto. El ver y no hacer, en ocasiones puede marcarte como un miembro esencial de un hecho delictivo. Hoy en día, en esta sociedad abrumada por las constantes inseguridades que padecemos, nos colocamos en una posición que cierta vez podría ser proclive a una complicidad. ¿Cómo podría ser esto posible? Bien, la pregunta es más que nada una mera afirmación de la realidad. Esto es susceptible de ocurrir siempre y cuando no exista en la comunidad algún signo de solidaridad y unión que permita a un grupo de individuos denominarse "civilización". Cuando estos gestos son innatos, nos encontramos ante el momento donde uno comienza a ser parte de cualquier suceso ilegal ya que, al observar o enterarse de alguna situación pecaminosa -robo, violación, infidelidad, entre otras- y guardar silencio ante ella, nos convierte en partícipes indirectos del mismo. Involucrarse podría ser la solución a esto pero hay valores que parecen no pertenecernos.

En un país como el nuestro, donde hubo víctimas de torturas y desapariciones, el miedo a hablar produce que actualmente esos perdigones se dispersen por distintos lados. Estos comparten un mismo vértice llamado por propios y extraños "silencio". No se debe permitir que eso suceda para no sentirnos parte de una censura de nuestros derechos. Por lo menos en la teoría es sencillo, pero ¿qué sucediese si esto no fuera posible por contraponerse con tu profesión? En esta disyuntiva se logró encontrar Santiago, interpretado por Gonzalo Heredia (Ronda Nocturna<), al involucrarse en un caso que lo hace estar entre la espada y la pared.

Esta ópera prima de Marcelo Páez Cubells, de interesante trama, transcurre de una manera dinámica ya que permanentemente obtiene que el espectador esté en vilo para ver cómo se maneja el joven cura ante una confesión de tal magnitud. A partir de ese momento en que el asesino, llevado adelante por un siempre tan acertado Carlos Belloso (Peligrosa obsesión), se logra conectar con él, se consigue una continua secuencia sin descanso de muertes y misterio. El entretenimiento está garantizado pero inocentemente esta película argentina cae en un error sistemático que confunde y deja cabos sueltos por doquier.

El actor de la novela Valientes incursiona nuevamente en un protagónico para la gran pantalla y lo hace de manera aceptable, logrando comprometerse con un papel que lo necesita. En tanto, su pareja en el film es Eleonora Wexler (Vecinos en guerra) que acompaña de manera correcta al joven, aunque por ciertos puntos está un poco sobreactuada. Ambos son opacados por un virtuoso Carlos Belloso que, encasillado en el rol de psicótico -que por cierto tan pintoresco le queda-, se mete de lleno en un papel diseñado para impartir nerviosismo y temor. Del resto del reparto se puede vislumbrar a la gigante Marta Gonzalez (El Desvío) y a la breve participación de Maria Fernanda Callejón (La Campana).

Más allá de no encontrar la fórmula para darle una vuelta de tuerca a la historia, empobrecida por un mediocre guión, el intento por realizar algo diferente en el cine nacional es realmente reconfortable y nos brinda una cuota de esperanza para encontrar en un futuro más ideas como éstas. De hecho, al ser una ópera prima, las buenas expectativas se acrecientan. Un film rodado en apenas días, con un elenco respetable y con un montaje acertado, perfila al director como una potencial imagen del futuro cine de suspenso y que, posibilitando involucrar el aspecto social, puede establecer el reencuentro con una manera de contar historias un tanto perdida en nuestras pampas. Menos mal que el silencio, funcionando como el aire al estar en todas partes, no se adentra en la cocina de este tipo de relatos, de estas ideas. La omisión del silencio posibilita que existan nuevos pensamientos que, aunque se desacierte en algunos aspectos fundamentales a la hora de la elaboración de una película, se considera a la intención como un punto de inflexión a la innovación.