Olé, el viaje de Ferdinand

Crítica de Roberto Iván Portillo - Naranjita Cine

Un toro descubre su lugar en el mundo pero la sociedad hará lo imposible para que no logre ocuparlo.

El clásico relato de Munro Leaf es nuevamente adaptado al cine animado, la primera fue realizada por Disney donde se consagró con el Oscar en el año 1938; y ahora la segunda es convocada por las manos de Blue Sky, compañía que trajo ya otras adaptaciones clásicas literarias como Snoopy y Norton.

En esta oportunidad, el gran protagonista Ferdinand (John Cena) es la única versión cursi de todos los toros de su mundo, prefiere oler y apreciar flores antes que pelear hasta perder los cuernos como sus pequeños compañeros, esto le traerá grandes problemas ya que, en el lugar donde reside, solo estará destinado al toreo. Pero es la selección de su propio padre para que sea el próximo corredor que lo marcó definitivamente para realizar un escape hacia un destino desconocido, o por lo menos alejado de ese lugar.
Y como la suerte está de su lado, encuentra en su camino a una familia granjera que lo acoge como si fuera una mascota más del recinto, a la par de un perro. Así se desarrollaran varios años hasta que por un acto inconsciente vuelve a quedarse atrapado en el establo al que se fue y correr el riesgo de ser entregado a uno de los toreros más reconocido de Madrid para hacer su última carrera de toros.

El director Carlos Saldanha se hace cargo de una nueva entrega animada con gran despliegue visual en sus fondos y decorados, aunque sin llegar a los grandes niveles que ha tenido las últimas propuestas del estudio de animación CGI. Sin ir al golpe bajo como lo hizo “El niño y el toro” (The Bravo One), el animador nos mete en una diferente mirada, desde la íntima del animal, sin necesidad de recurrir a la constante empatía del personaje más chico.

El humor es efectivo a pesar de algunos momentos sonso y repetitivos, siempre respetando guiños y siluetas de la vieja escuela de la animación. Los personajes que rodean a Ferdinand contienen la sustancia suficiente para acompañar el relato en especial a los toros competitivos y los pocos usados animales de la granja. El gran inconveniente que tiene es la inusual y representativa imagen del comic relief que se obtiene de una cabra, una desequilibrada personal coach, que más que gracia acude a una figura no deseada.
Además de que el film encierra a su personaje principal a un destino atroz, y casi sin salida, como si le gustará verlo encasillado en una agujero cruel y que por actos altruistas se envolviera en circunstancia de sacrificio constante.

La construcción de la cultura española tiene sus alejamientos y acercamientos, desde el uso constante de la lengua (en su idioma original) hasta la visualización de Madrid y su música. Sus costados ocurren en los mismos personajes que para caracterizarlos en vez de ser pertenecer a diferentes etnias españolas se diferencian por la jerga inglesa (escoceses, ingleses, estadounidenses) en vez de seguir coqueteando con el país a homenajear, siguen otro rumbo.
A pesar de sus problemas visuales y narrativos (el drama se extiende demasiado) la propuesta logra su cometido de conciencia y convence de manera inocente a los niños a las situaciones a las que son sometidos en los 100 minutos de animación. A Blue Sky le sienta bien los relatos originales y no tantos las secuelas de La era de Hielo.