Ojos de arena

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

En su anterior película, Hacer la vida, Alejandra Marino convertía el patio de un viejo caserón porteño en el teatro de una comedia humana. Ahora le llega el turno a una señorial mansión del conurbano convertida en el escenario de un thriller, coda obligada para la historia de Carla (Paula Carruega) en la búsqueda del paradero de su hijo desaparecido.

Marino y su co-guionista Marcela Marcolini sitúan la tragedia de Carla en el marco de la trata de personas. Psicóloga y asistente de una fiscalía, Carla defiende a una joven denunciante de sus captores y termina convirtiéndose en blanco de una venganza. Marino envuelve ese pasado que aloja la misión trunca y el rapto del hijo en una puesta enrarecida, algo previsible y efectista, pero que por lo menos instala un quiebre interior respecto al ominoso presente.

Pero cuando Carla y su exmarido Gustavo (Joaquín Ferrucci) se internan en una pesquisa sobre otros niños desaparecidos, la película se convierte en otra cosa: mansiones góticas, videncias y premoniciones, secretos prostibularios. La trata de personas se revela apenas como la excusa para los juegos del policial, las actuaciones se tornan forzadas, las resoluciones, inverosímiles.

Marino se interesa por las posibilidades de la puesta en escena en ese espacio cerrado de la casona, como lo había hecho con las formas de la comedia en Hacer la vida. Pero la pátina de solemnidad que adhiere al tema de fondo ofrece como único resultado la gravedad de los diálogos, el subrayado de las explicaciones, la dimensión carcelaria de un género al que nunca accede más allá de su cáscara.