Ojos de arena

Crítica de Ignacio Rapari - Cinergia

Una valiente historia ruidosamente ejecutada

El nuevo largometraje de Alejandra Heredia, estrenado en salas argentinas, es un thriller que a pesar de contar con los elementos suficientes para ser una propuesta tan atractiva como reflexiva, se estanca en diversas decisiones formales y argumentales que, posiblemente, confundan e irriten al espectador.

Carla (Paula Carruega) y Gustavo (Joaquín Ferrucci) son una ex pareja que culminó su relación tras la desaparición del pequeño hijo que tenían en común. Carla es psicóloga forense, aunque en el presente solo se dedica a atender de manera particular, con una actitud fría y distante hacia sus pacientes. Pero hace no mucho tiempo, la casi absoluta protagonista de la historia llevaba a cabo de manera decidida su especialidad en una fiscalía penal. A través de pequeños flashbacks, la película se detiene en uno de los últimos casos tomados por Carla, mientras protegía a una joven captada en una red de trata de personas. Presuntamente, ese caso podría estar vinculado a la desaparición del menor, a quien Carla perdió de vista por unos segundos en una plaza pública.

Tras ese fragmentado contexto que se irá presentando en la primera parte del film, el conflicto surge una vez que en el turbado presente de la pareja protagónica aparezca la foto de otra niña perdida, tomada pocos días después de la desaparición del hijo de ambos. Esta pista conducirá a Carla y Gustavo a la casa de los padres de la niña, Inés (Ana Celentano) y Horacio (Manuel Callau), un matrimonio de clase alta tan convulsionado como inquietante. A su vez, en los alrededores de la casona que albergará a Carla y Gustavo, ronda una vidente (Victoria Carreras) que busca a su nieta desaparecida y desconfía de Horacio.

La película dirigida y producida por la realizadora nacional Alejandra Heredia (Hacer la vida), y escrita conjuntamente junto con Marcela Marcolini, presenta a priori todos los tópicos propios de un thriller. De hecho, el desarrollo de la película responde claramente a la estructura habitual del género, aunque de manera muy temprana surjan factores que puedan alejar al espectador de las sensaciones que deberían ser habituales en un thriller mínimamente correcto.

En primer lugar, antes de que surja el disparador sobre el que se concentrará todo el relato, se presentan algunas situaciones o diálogos que parecerían haber sido pensados de manera aislada e insertados posteriormente en la historia, como si cada escena solo se ocupara de asentar de manera explícita la denuncia que corresponda al pasaje del film, sea a un victimario o las mismas instituciones que día tras día quedan expuestas en este tipo de casos.

Si bien la historia logra encontrar un eje único tras la llegada de Carla y Gustavo a la casa de Inés y Horacio, el mismo solo concede una unidad de decisiones en la anécdota narrativa, pero cada una de ellas, amén de responder a un criterio específico, desconectan, confunden y hasta evidencian cierta subestimación hacia el espectador. Por ejemplo, que la primera línea de un personaje de clase alta consista en disculparse por no contar con servicio doméstico disponible, adhiere a una estereotipación poco conducente y seria para un texto que busca profundizar en una temática tan sensible como la trata de menores.

Por otra parte, también resulta extenuante la utilización del diálogo (uno de los elementos más caóticos de la película) como medio para resaltar la victimización de los protagonistas. La tragedia por sí misma debería resultar suficiente para que el espectador sufra a la par de Carla y Gustavo, pero, sin embargo, cada línea que se focaliza en aclarar la falta de ayuda o dejar en claro que “las personas no desaparecen” (a pesar de que adhiramos al sentido de la frase) reduce a la película al estrato más elemental e inconsistente de la denuncia.

Tampoco se presume acertada la decisión argumental de que haya aproximaciones de lo fantástico en la aparición de una vidente que, tras ser presentada como tal (antes que como abuela de una joven desaparecida), insinúa una participación casi inevitable en lo que podría ser el clímax del film. Claro está que cualquiera podría coincidir en que ante estos casos es más fácil adherir a milagros o a la creencia en lo fantástico antes que en la efectividad de las instituciones estatales. Pero cinematográficamente, la cuestión dista de funcionar.

En líneas generales, la historia de Ojos de arena cuenta con los suficientes lugares y giros para posibilitar un thriller atractivo, y aunque las intenciones de la obra sean loables y valientes, la mayor parte de la película se ve opacado por absurdas decisiones que, aunque se encuentran inmersas en lo que parece intrascendente, terminan prevaleciendo en todo el film como consecuencia de la reiteración y el innecesario melodrama efectista.