Ojos de arena

Crítica de Gabriela Mársico - CineramaPlus+

El filme de la directora Alejandra Marino, con guion coescrito junto a Marcela Marcolini, denuncia la desaparición de niños como práctica habitual y aparentemente tolerada por las autoridades estatales. Si bien el filme comienza como un drama, a medida que el relato avanza irá incorporando elementos del thriller. Ojos de arena pondrá al descubierto cómo operan y actúan en la clandestinidad las redes de trata dedicadas a la prostitución de menores.

Carla (Paula Carruega) es una psicóloga forense que trabaja en una fiscalía asistiendo a víctimas de trata, casualmente una de ellas acaba de denunciar a Salinas (Pablo Razuk), un tratante con el que se encuentra implicada. En represalia, acorde al típico actuar mafioso, Salinas amenaza a Carla y le advierte que mejor cuide a su familia.

Más tarde, en la plaza, su hijo desaparece en un momento de distracción en el que la protagonista se encontraba jugando con él. A partir de la desaparición de su hijo Carla y su ex pareja, padre del niño, Gustavo (Joaquín Ferrucci) se embarcarán en la búsqueda del pequeño por cuenta propia, sin la ayuda estratégica de autoridad alguna y sin contar con los medios económicos para hacerlo.

De hecho, Carla no tiene el suficiente dinero para pagar un cuarto de hotel, al igual que Gustavo, que convierte a su laptop, en instrumento y arma de búsqueda de su hijo. Y en este punto reside una de las aristas más interesantes del filme: muestra el desamparo, la indefensión y la deriva en la que se encuentran los familiares que han perdido niños o menores de edad a manos de las redes de trata. Las autoridades, que deberían ponerse al servicio de la búsqueda y de la detección de redes para desarticularlas y rescatar a las víctimas cooptadas, parecerían estar en connivencia con las mafias que actúan y siguen actuando bajo el amparo de las mismas autoridades que deberían combatirlas.

Carla y Gustavo emprenden la búsqueda llevando adelante la pesquisa por sus propios medios sin contar con recursos o protección para dar con la red que ha capturado a su hijo. En el recorrido, y gracias a una foto de una niña desaparecida unos días antes de la desaparición de su hijo, conocerán a los padres de la niña, supuestamente víctima de la misma red.

Inés (Ana Celentano) y Horacio (Manuel Callau) sufren la pérdida de la niña de distintas formas. Inés está en estado de shock, medicada con pastillas, se refugia en el cuidado de un vivero quizás porque sea lo único que la mantiene conectada con la vida. Horacio, el marido, por su parte, intenta negociar el rescate con los captores pidiendo inútilmente a cambio de dinero pruebas de vida de su hija desaparecida. Hasta que finalmente se suma un personaje fundamental para hacer avanzar la trama hacia el desenlace final. La vidente (Victoria Carreras) que ha llegado al lugar como una forastera ha decidido quedarse a vivir allí, en el afán de encontrar a su nieta que también resulta ser otra de las víctimas de la trata. La vidente dará con el lugar en donde supuestamente se encuentra la hija desaparecida del matrimonio.

Ante la indiferencia de las autoridades, policía, poder judicial, fiscalías, este pequeño grupo de víctimas, padres y madres de niños desaparecidos, se hará referencia a Missing Children, se une y se empodera para llevar adelante no sólo la búsqueda de los niños desaparecidos, poniendo en riesgo sus propias vidas, sino que logran descubrir una de las cuevas utilizadas por las redes que mantienen en cautiverio a menores con el fin de la explotación sexual.

La narración discurre entre la sobriedad de las acciones y los diálogos. La melancolía del paisaje se ajusta perfectamente al estado emocional de los personajes. La atmósfera desolada de la casa en la que transcurre gran parte de la trama da perfecta cuenta de la angustia que tiene sujetos y atrapados a los protagonistas. Aunque los verdaderos responsables de la trata y de la prostitución de menores, y de las desapariciones de niños, es decir, los mafiosos que mantienen bien aceitado el funcionamiento de las redes brillan por su ausencia del mismo modo en el que aparecen escamoteadas todas las instancias de poder que contribuyen al encubrimiento, a la complicidad y a la misma existencia de las redes de trata.