Ofrenda al demonio

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

UNA OFRENDA QUE NO QUIERO

Como el porno, el terror parece rendir siempre. Funciona en las carteleras, en los servicios de streaming, en todos lados. No hablamos de éxitos masivos (aunque a veces los hay), pero sí de un género capaz de repetir la misma fórmula una y otra vez, y aun así atraer espectadores. En el fondo tiene que ver con la experiencia sensorial, con la posibilidad de sentir miedo. Por eso el terror siempre encuentra su lugar entre los jóvenes: es un espectáculo desafiante para los sentidos. Un espacio habilitado para disfrutar viendo cómo otros la pasan mal y cómo, en muchos casos, mueren de maneras horribles. La cosa sana.

Claro que, para quien consume este cine desde hace tiempo, la repetición de estructuras y conceptos alcanza un límite; hace falta algo más, un valor agregado que distinga a esa película por sobre el resto. Pero ojo, no hablamos de un terror pretencioso o “elevado”, porque así como una buena hamburguesa con queso le gana a cualquier otra con ingredientes exóticos, una película de terror con voluntad para el susto (y sangre en las venas) le termina ganando a cualquier Ari Aster. Si los responsables le ponen ganas y entienden por dónde pasa el compromiso del género con el público, es muy probable que funcione. El acierto pasa más por la ejecución que por la novedad.

Ofrenda al demonio, dirigida por Oliver Park, no tiene ganas ni voluntad. Apenas quizás una distinción temática: ocurre dentro de una comunidad judía ortodoxa en Nueva York, un ámbito poco frecuente para el terror (hay antecedentes, como es el caso de The Vigil, de 2019). Art es el hijo del dueño de una funeraria, que vuelve a casa con su esposa embarazada para intentar sanar el pasado y, de paso, utilizar a su padre para solucionar unos problemas económicos. En paralelo, un miembro anciano de la comunidad, volcado a lo esotérico después de la muerte de su mujer, invoca a un demonio ancestral. Las dos líneas se cruzan cuando el cuerpo del viejo va a parar a la funeraria, llevando consigo a esta entidad que, según la leyenda, se roba a los niños. Incluso a aquellos que todavía no nacieron.

Si somos justos, la escena inicial de Ofrenda al demonio no está mal. Tiene algunos efectos berretas, pero nos introduce al tema y nos deja expectantes. El problema viene inmediatamente después, cuando aparecen los protagonistas. Dos actores que no logran conectar nunca para dar forma a un matrimonio y a la crisis que vendrá. Desde ahí se plantea una anti naturalidad de la que resulta imposible escapar, a menos que la película decida correrse de sus personajes y apostar a la creación de climas. Adivinaron: no lo hace. Desaprovechando el espacio de la morgue y la casa, que ofrecía la posibilidad de jugar con la sugerencia y el fuera de campo, Park decide volverse efectista y sacudir al espectador con algunos jumpscares, más un demonio hecho con CGI que parece una cabra estirada. Decimos “sacudir”, pero ocurre lo opuesto: lo que se impone es la indiferencia.

Si le sumamos una sección intermedia larguísima, con conflictos imposibles de llevar a cabo por los intérpretes, y concluimos con veinte minutos de lucha contra el Mal, con idas y vueltas filmadas a los tumbos, lo que queda es una película lisa y llanamente mala. Genérica en el peor de los sentidos, olvidable con toda justicia. Por lo menos con el porno, a menos que las cosas se pongan raras o falle la propia biología, la satisfacción llega en algún momento. Con Ofrenda al demonio, ni siquiera eso.