Oculus

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Un terror diferente

Tal vez no exista mejor emblema de lo siniestro que un espejo, porque devuelve una imagen exacta y a la vez invertida de la realidad, y esa sutilísima distorsión condensa un vértigo infinito.

En Oculus, Mike Flanagan (quien ya había exhibido su personal visión del terror en Ausencia, estrenada el año pasado) saca las máximas consecuencias posibles de la idea del espejo como entidad maligna.

La historia se centra en los hermanos Kaylie y Tim Russell –que fueron víctimas de un espejo cuando era niños– y se desarrolla en dos planos temporales que se cruzan y se funden entre sí: aquel pasado terrible y el presente, cuando ha llegado la hora de cumplir el juramento de vengarse de ese objeto sobrenatural.

El problema es que los hermanos tienen diferentes puntos de vista sobre lo que vivieron en la infancia. Kaylie (Karen Gillian), la mayor, que no recibió tratamiento psiquiátrico, insiste en destruir al espejo. En cambio, Tim (Brenton Thwaites), el menor, fue rehabilitado y cree que todo se trata de una trauma.

Esa división de opiniones (la racional y la irracional, la psicologista y la esotérica), sostenida en la primera parte de la película mediante varias confrontaciones entre los hermanos, le permite a Oculus plantear un problema filósofico que en vez de ser resuelto mediante una fórmula conocida será amplificado en un final tan ambiguo como perfecto.

Si bien roza algunos tópicos del cine de terror, la película de Flanagan es absolutamente distinta a los productos del género que se estrenan semana tras semana. En primer lugar, apuesta a la complejidad (y si tiene un defecto es precisamente los momentos en que esa complejidad se transforma en confusión). Y en segundo lugar, intenta que el miedo sea el fruto de la extrañeza y no de una sucesión de golpes bajos efectistas.

El gran interrogante que abre Oculus está relacionado con la percepción. ¿Cómo es posible enfrentar a una entidad que tiene el poder de modificar lo que perciben quienes luchan contra ella? Es un tipo de pregunta que tal vez se haya planteado con cierta asiduidad la ciencia ficción pero no el cine de terror.

La mayor virtud de Flanagan –su genialidad si se quiere– es haber encontrado una tercera vía para salvar la tradicional oposición entre experiencia natural y experiencia sobrenatural. Se trata de una tercera vía ambigua, por cierto, pero sólo desde esa ambigüedad, es posible narrar esta historia que vale a la vez como cuento filosófico y como ficción extraordinaria.

Claro que la ambigüedad nunca puede ser del todo justa ni apropiada. Sus excesos también son visibles, y a ellos hay que resignarse como al lado ciego de un espejo.