Océanos

Crítica de Fernando López - La Nación

Un espacio de ilimitada libertad

Océanos, un viaje fantástico que se distancia del documental convencional

"¿Qué es el océano?" La pregunta del chico ante el imponente espectáculo es tan natural en su ingenuidad como dificilísima de responder, tan ilimitada es la riqueza y la diversidad que ofrece el mar, tantas sus caras, tantos los posibles puntos de vista para abordarlo. Perrin y Luzaud eluden la fórmula del texto ilustrado; en lugar de tomar distancia para echar una mirada objetiva, describir el fenómeno desde afuera, y explicarlo, eligen el camino opuesto: invitan a introducirse en el océano, a presenciar la vida tal como se manifiesta en ese espacio de ilimitada libertad, a sentir la sensación de convivir con quienes lo habitan (desde criaturas familiares como ballenas, focas o sardinas hasta seres extraordinarios de todas las formas, tamaños y colores imaginables), conocer su hábitat, sus rutinas, sus modos de supervivencia y hasta los "santuarios" donde ningún equilibrio natural ha sido alterado. Los guías de este viaje fantástico, que no tiene hoja de ruta porque en la inmensidad del mar todos los rumbos son posibles, serán los propios animales marinos.

Haber podido resolver la dificultad central -¿cómo acompañar con las cámaras sus veloces desplazamientos?- es uno de los grandes aciertos del equipo multidisciplinario que trabajó años en la concreción del film. Pero la proeza técnica no debe distraer de otros méritos destacables. Uno de ellos reside en la aplicación del lenguaje del cine a este homenaje a la naturaleza. En Océanos caben todos los géneros: hay acción, por supuesto, con veloces persecuciones y ataques fulminantes; suspenso en el peligroso descenso hacia el mar de las tortuguitas recién nacidas; coreografías dignas de un musical en los movimientos de los cardúmenes y la elegante plasticidad de solistas que pueden ser ballenas, mantarrayas o medusas; batallas épicas como la de los cangrejos, un ataque aéreo con las aves precipitándose en picada sobre un banco, cine catástrofe en la impresionante secuencia de la tempestad. Además, los delfines dan clases de surf y las iguanas marinas, así como otros bichos insólitos, aportan un toque de ciencia ficción.

El film ahorra palabras (para algunos, quizá demasiado), pero a cambio ofrece imágenes elocuentes: la de un buzo nadando junto a un tiburón, y su contrapartida, el ataque de pescadores a otro escualo, devuelto al agua tras cortarle las aletas. Un changuito de supermercado en el fondo del mar también habla del daño que el hombre inflige a la naturaleza.

Al esplendor visual debe sumarse la bella música de Bruno Coulais.