Obsesión

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

¿Qué se habrán fumado?

La película dirigida por Steven Knight empieza como una versión moderna de Moby Dick, con un atún gigante en lugar del famoso cachalote, sigue como un neo-noir y deriva luego hacia una cruza entre el drama familiar, el thriller erótico y la fantasía sci-fi.

Cabe preguntarse qué extraña sustancia pudo haber consumido el guionista y realizador británico Steven Knight a la hora de gestar y dar a luz a Obsesión. Sus dos largometrajes previos como director, Redemption y Locke, habían demostrado cierto nervio de raíces clásicas y los guiones de películas como Aliados, Himno de libertad y Promesas del este confirman, por otro lado, una versatilidad profesional a prueba de balas. Pero Obsesión… Obsesión es otra cosa. Lo que parte del casillero uno como una versión moderna de Moby Dick, aunque reemplazando al famoso cachalote por un atún gigante, se introduce velozmente en el terreno del neo-noir para derivar luego hacia una cruza entre el drama familiar, el thriller erótico en su vertiente más ochentosa y la fantasía sci-fi con universos encapsulados, al mejor estilo Nolan. Todo junto y al mismo tiempo, en la (peor) tradición del pastiche cinematográfico, como un océano de aguas embravecidas por la ingente cantidad y origen de sus afluentes.

Sobre esa superficie poco estable navega Baker (Matthew McConaughey, dueño de un bronceado envidiable), el capitán de un pequeño yate de pesca -el Serenity del título original-, un hombre que parece haberse escondido del mundo y con varias vidas previas enterradas en el pasado. Entre paseos con turistas y clavados en el mar transcurren sus días y noches y lo único que parece sacudirlo un poco de su estado catatónico, potenciado por el alto consumo de alcohol, es un enorme atún que se resiste a ser pescado. Eso y algunas tardes en la cama con la vecina, interpretada por la siempre descollante Diane Lane. La rutina se ve alterada de manera notable cuando a la pequeña Isla Plymouth llega Karen, una ex que supo abandonar a Baker luego de su periplo militar en Irak para casarse con un millonario afecto a las humillaciones y las golpizas. La joven no es otra que Anne Hathaway, en plan Veronica Lake (o Jessica Rabbit, da lo mismo), con una larga melena rubia tapando la mitad del rostro y un plan para terminar de una vez por todas con los maltratos. En otras palabras, una femme fatale de pura cepa.

De allí en más, Obsesión caminará tantos senderos y ofrecerá al espectador tantas vueltas de tuerca -que, en su mayoría, pueden anticiparse varios minutos antes- que resulta imposible resumirlas en tan pocas líneas. Baste decir que el relato incluye una conexión a distancia, mental o espiritual, con el hijo del protagonista (que puede ser simbólica o muy real) y un precoz programador de videojuegos que esconde un as narrativo bajo la manga. Todo se ve bastante ridículo y cada nueva capa de sentido no hace más que potenciar esa sensación. La película es consciente de ello, pero no de manera lo suficientemente clara y honesta como para dar el gran salto y tomarse todo literalmente a la chacota. En su lugar, triunfan la solemnidad, la falsa gravedad y la posibilidad de que en el fondo todo sea una tomadura de pelo. Cabe preguntarse qué hubiera pasado si Knigh hubiese fumado un poco más de esa extraña sustancia antes de sentarse a escribir.