Obsesión

Crítica de Alejandro Turdó - A Sala Llena

De thiller pasional a mejunje metafísico.

No hay sentimiento más placentero que experimentar una buena película, aquella que nos moviliza. Por el contrario las malas películas son en general ejercicios poco gratificantes… y hay una clase de películas que no son buenas ni malas Su mayor atractivo radica en ser absurdamente INEXPLICABLES. Como espectador, uno difícilmente se encuentra preparado para tal experiencia… pero en ciertas ocasiones la obra tiene un encanto atroz escondido detrás de su incongruencia manifiesta. Algo de esto último sucede con la inclasificable Obsesión (Serenity, 2018).

El director Steven Knight (más conocido por sus experiencias como guionista) es quien está al mando del film. El ganador del Oscar Matthew McConaughey interpreta a Baker Dill, un ex combatiente de Irak que vive en una isla y se gana la vida embarcando turistas ricos y ayudándolos a pescar, mientras se obsesiona en seguir la pista de un atún gigante que se le escapó más de una vez. La narración toma un giro sórdido cuando aparece su ex mujer Karen -interpretada por la también ganadora del Oscar Anne Hathaway- ofreciéndole una importante suma de dinero a cambio de asesinar a su actual esposo, un violento alcohólico. En el medio de todo está Patrick, hijo fruto de la relación entre Baker y Karen, quien también sufre los abusos de su padrastro.

Hasta acá todo bastante normal según los tropos del género: un hombre con un pasado traumático refugiado en una isla perdida, la irrupción de una pseudo femme fatale, la propuesta tentadora, el debate moral, etc. Pero de aquí en más todo empieza a mutar. El hijo de Baker sufre una suerte de trastorno del espectro autista, traducido como un don especial según palabras de su propia madre: “su maestro dice que es muy bueno con las matemáticas, y que es una suerte de genio de las computadoras”. Lo que esta revelación implica para la trama del film es algo difícil de explicar, al menos sin espoilear los momentos más hipnóticamente absurdos de un tercer acto que no pueden ser descriptos con justicia… tienen que ser vividos desde la butaca para máxima efectividad.

Simplemente diremos que Baker descubre que tiene una especie de conexión con su hijo, una conexión difìcilmente plausible con un niño autista y a quien se deja entender no ve hace años. De aquí en más lo que parecía un thriller con poco vuelto se convierte en una historia con destellos fantásticos, incluso metafísicos. Si bien la narración viene dejando unas pistas extrañas incluso desde el plano con que abre el film, nada nos prepara para una revelación tan sorprendente como bizarra.

Hasta los propios actores parecen perdidos en la confusión que nubla inesperadamente el relato. Anne Hathaway enuncia líneas de diálogo con ojos desorientados, como si no pudiese seguir la lógica interna de una película cuyo guión también pertenece a Steven Knight. Y McConaughey canaliza su siempre presente espíritu sureño, mientras intercala momentos que deberían causar emoción pero por el tono parecen escenas extra de The Room, esa obra tan amada como incomprendida del enigmático Tommy Wiseau.

En todos los años que llevo escribiendo, jamás pensé que un día plantearía un paralelismo entre las capacidades actorales de Matthew McConaughey y Tommy Wiseau. Pero Obsesión, salvando las distancias, tiene un potencial similar al que tuvo The Room. Me refiero al potencial de convertirse, tal vez en 10 o 15 años, en una obra de culto por pura gracia de su absurdo inabarcable, por ser ese tipo de historia que no sabemos si tomar en serio o simplemente relajarnos para poder abarcar toda la amplitud de su disparate, ese inevitablemente atractivo disparate.