O ornitólogo

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El fantasma

Fernando navega en una canoa sobre las verdes aguas del Duero. El joven ornitólogo observa a las aves en sus nidos entre los matorrales de la orilla o en la parte superior de un acantilado. El cuerpo robusto del protagonista filmado en cinemascope se pierde en los majestuosos escenarios despojados de toda presencia humana. Sin embargo, el hombre y el ave rapaz están en el mismo nivel. El primer contraplano nos revela que el científico también es observado y examinado en sus formas, sus gestos y sus desplazamientos. Un accidente en el río desvía al ornitólogo de su objetivo. La película se reinventa en lugares y situaciones donde las creencias paganas prevalecen sobre la civilización. La narración toma entonces un devenir onírico: caminos insospechados que combinan peligros y emociones singulares. El protagonista se somete a dos turistas chinas, tiene sexo con un pastor mudo y es asediado por unas amazonas a caballo. En sus tribulaciones al aire libre, nunca puede apoyarse en un hecho, un encuentro o un sentido unívoco. Todo tiende a la ambigüedad. El protagonista va hacia adelante, fugitivo, vagabundo, sin comprender su destino. Una cigüeña negra lo observa. Águilas, búhos y palomas esparcen su vuelo sobre los sinsabores terrenales con los que Fernando desmorona de a poco su identidad y comienza a verse como otra criatura. El cuerpo atado del ornitólogo evoca tanto la representación de un santo como la práctica del sadomasoquismo. Un eco del gran Pier Paolo Pasolini resuena en este gesto maravilloso que combina en un solo cuerpo situaciones eróticas y religiosas. João Pedro Rodrigues se sumerge en la naturaleza virgen del norte de Portugal mezclando mitos, leyendas y representaciones de distintas épocas en un viaje mutante, experimental, poético y misterioso.