Nunca me abandones

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

DOBLES DE RIESGO

Nunca me abandones, la nueva película del director Mark Romanek, basada en la novela homónima de Kazuo Ishiguro, propone una renovada lectura sobre la creación y utilización de clones para la donación de órganos. Camuflada en la historia de amor de los tres protagonistas, la película muestra que si bien los dobles de los humanos sufren a su imagen y semejanza, su vida está coartada desde su creación.

Nunca me abandones resulta una sorpresa porque se despega de lo que podría haber sido otra historia de amor más. Llega el asombro porque los protagonistas de esta relación triangular –Kathy (Carey Mulligan), Ruth (Keira Knightley) y Tommy (Andrew Garfield)- no son humanos, sino que fueron creados por humanos como dobles genéticos de otras personas para ser donantes de órganos. Todos los conflictos que deberá afrontar el trío, tanto de manera individual como grupal, tendrán que ver con su creación.
En la etapa en la que comparten el internado Hailsham -nótese la raíz Hail -salud, cura- cuestión que se volverá vital a lo largo de la película, ya que ellos son la cura para otros pero están llamados a no tener cura-, se describe la manera en que los humanos, los supuestos creadores de estos pupilos los educan, alimentan y examinan su salud en forma estricta y periódica. El instituto está apartado, los alumnos no tienen contacto alguno con el exterior –salvo por sus docentes-, aprenden hasta por medio de representaciones teatrales hechas entre los compañeros cómo pedir un café en una cafetería. La disciplina y el nulo contacto con la exterioridad no es lo más extremo que puede ocurrirles a estos niños, sino la revelación pronunciada por Miss Lucy (Sally Hawkins). La maestra nueva no puede ocultar más el motivo de la clausura del alumnado de Hailsham: ahí (sham) comprenden que están para darle cura a otras personas con sus órganos y que fueron creados como dobles de otras personas. Este determinismo inconfigurable nos confirma que nuestros protagonistas no son libres, porque a lo largo de su vida no tendrán ninguna libertad a conquistar. Si bien nadie nace libre, la libertad humana es una vocación exigente, una provocación, un a-venir y un de-venir. Kathy, Ruth y Tommy tienen clausurada esta posibilidad de vivir como seres en libertad. El ser en libertad, encarnado y contingente, está siempre en vías de realización, esto es típicamente humano. Los protagonistas, aun no siendo humanos, padecerán algunas cuestiones relacionadas con esta realidad a conquistar vivida por las personas de las que son sus dobles. La libertad actúa a partir de órganos y de capacidades corporales congénitas, el cuerpo es el lugar donde vivimos la libertad, y ellos al no poder configurar los determinismos involuntarios (porque pertenecen a otro ser que sí pudo transformar lo dado, lo genético), como el carácter, sus instintos, sus capacidades artísticas, sus afecciones y encausarlos hacia un proyecto –amarse, elegir su profesión, desarrollarse artísticamente en el caso de Tommy-, se dan de bruces con cada iniciativa que parece ser favorable.
Otra cuestión humana que los personajes viven de manera trunca es la del deseo mimético o triangular. El querer de uno, en este caso de Ruth, se alimenta del deseo del otro, Kathy que ama a Tommy, que a su vez aumenta su propio deseo al verlo crecer en el primero. Ruth le “quita” a Tommy y Kathy se convertirá en una voyeur, una espía de la relación. De esta manera el espiral asciende indefinidamente y se expande a lo largo del relato, pero nuevamente el problema: no se trata de la naturaleza humana, sino de dobles, entonces el espiral se corta. Ruth, Tommy y Kathy caen con la misma velocidad que sus pasiones y afecciones los hicieron elevar, lo triste es que de este estado de caída no habrá cura, ni trascendencia.