Nunca me abandones

Crítica de Fernando López - La Nación

Belleza visual y buenos actores en la versión de una novela de Kazuo Ishiguro

Muchos guionistas suelen caer en este tipo de equívocos frente a la obra de un autor que admiran: al abordar una adaptación cinematográfica terminan confundiendo respeto con solemnidad. A Alex Garland puede haberle sucedido algo así con esta novela de Kazuo Ishiguro, con el agravante de que Mark Romanek, el director del film, está más interesado en la composición de las imágenes que en la interioridad de los personajes, precisamente donde el escritor ha puesto el acento para plantear sus interrogantes sobre el ser humano y su destino. En el film hay más seriedad que vida, más solemnidad que compromiso, más distancia que emoción, si bien es cierto que el raro clima melancólico, angustioso a veces, se ajusta a la inquietante historia que propone la novela. Nunca me abandones , que algunos han catalogado como de ciencia ficción, aunque su autor prefiere considerarla una ucronía, regresa al pasado y parte de un "¿Qué hubiera sucedido si..?" para imaginar un revolucionario avance de la ciencia y contar la extraña historia de tres seres directamente afectados por él, desde sus años escolares en un internado exclusivísimo de la Inglaterra de los cincuenta hasta que cumplen con el destino que les ha sido asignado. Son criaturas especiales y se las ha preparado para que sirvan a la humanidad.

No diremos más. Aunque la película, como la novela, va revelando desde muy temprano en qué consiste esa singularidad, y no es ése un enigma que el relato utilice para alimentar suspenso, es preferible respetar el modo gradual que ha elegido el autor para informar sobre la condición de los personajes. El relato está dividido en tres capítulos enlazados por la evocación de Kathy, la protagonista, desde un presente situado en 1994. Ya desde la infancia, ella está interesada en Tommy, pero el muchacho es demasiado débil para resistirse a los avances de Ruth, la otra chica. Con el tiempo será un cambiante triángulo amoroso -tan reservado y contenido como cabe entre británicos-, a cuyas alteraciones se asistirá en los dos siguientes capítulos, correspondientes a otras tantas etapas de la evolución prevista para ellos y al modo en que cada uno las experimenta.

Si Romanek seduce con su preciosismo y sus sugestivas, taciturnas atmósferas, también impone un distanciamiento que vela tanto el efecto dramático como la desolada poesía que pide el relato, intrigante y bien interpretado, pero difícilmente conmovedor. La emoción, en todo caso, proviene de Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley, los admirables protagonistas, y del resto del elenco, en especial los tres actorcitos que representan los mismos papeles en la infancia.