Nunca me abandones

Crítica de Diego Martínez Pisacco - CineFreaks

Depresión, melancolía y amores fatalistas...

Con algún retraso luego de su exitoso paso por la 25ª edición del Festival de Cine de Mar del Plata, por fin ha llegado el drama existencial inglés Nunca me abandones a la cartelera local. El film de Mark Romanek es ambicioso en su temática, personalísimo narrativamente y con no pocas aristas de interés para analizar. En principio se trata de la adaptación al cine de una novela de culto publicada en 2005 por el japonés –criado y educado en el Reino Unido- Kazuo Ishiguro. El argumento sólo puede ser calificado como espeluznante: en una sociedad distópica es perfectamente lícito desarrollar y educar a jóvenes concebidos en un laboratorio para ser utilizados como donantes de órganos al cumplir la mayoría de edad. Una premisa en verdad atroz que se ve hábilmente mezclada con un triángulo amoroso que involucra a dos chicas (interpretadas por la ascendente Carey Mulligan y una Keira Knightley casi desconocida con su look de morocha) en franca competencia por el amor de un problemático muchacho (Andrew Garfield, el nuevo Spiderman).

El dilema ético y moral que conlleva semejante concepto está ahí para quien quiera recoger el guante y salir de la sala dispuesto a desmenuzarlo. La película, en cambio, se preocupa infinitamente más por sus personajes y los climas opresivos en los que están inmersos. El guión de Alex Garland (asiduo colaborador de Danny Boyle en la década del 90) refleja el viaje iniciático –interior y exterior- de Kathy (interpretada por Isobel Meikle-Small de niña y por Carey Mulligan a partir de la adolescencia) que desde su más tierna infancia está internada como pupila en un colegio que se especializa en “preparar” para su aciago destino a otros pobres desgraciados como ella. Todos los alumnos del establecimiento dirigido por Miss Emily (Charlotte Rampling) saben que al egresar no les espera un trabajo bien remunerado, el perfeccionamiento académico o la posibilidad de formar una familia si así lo desean. Para estos clones las opciones son dos: calificar como donante vivo o a lo sumo como acompañante terapéutico (son quienes asisten a los primeros antes y después de las intervenciones). La mayoría resiste dos extracciones, algunos menos toleran tres y si llegan a una cuarta por lo general luego mueren sin remedio…

Nunca me abandones propone una reflexión potente, desgarradora y deprimente sobre la condición humana. La idea que plantea en su libro Ishiguro no parece tan lejana a lo que nos encontramos viviendo en la actualidad. Los avances científicos de a poco le han puesto un freno al orden natural de las cosas y quizás llegará el día en que una situación tan extrema pueda ser algo habitual, casi normal, para la gente. Esa espada de Damocles que cuelga sobre los personajes principales le da un mayor relieve a la historia de amor entre Kathy, Tommy y Ruth, que se inicia cuando aún son niños y se extiende a lo largo de sus vidas. Kathy guarda un resentimiento con Ruth –en teoría su mejor amiga- desde que sedujera al inseguro e iracundo Tommy pese a que éste pareciera guardar sentimientos para con ella. El relato sigue a los chicos desde su pre-adolescencia en el colegio, los acompaña en sus primeras vivencias al egresar del mismo y dedica buena parte del metraje al triángulo amoroso, con reencuentros, culpas, arrepentimientos y -por fin- la tan anhelada redención.

Por su experiencia previa en videoclips y el muy desparejo nivel del thriller Retratos de una obsesión, el director estadounidense Mark Romanek no era la elección más lógica para adaptar la novela del autor de Lo que queda del día. Sin embargo Romanek se las arregló bastante bien para estar a la altura de las circunstancias sin regodearse en su portentosa imaginería visual. Los típicos manierismos cliperos (con abuso de esteticismo y vértigo) están afortunadamente sosegados en beneficio del relato, más encauzado hacia la introspección y el desasosiego narrativo.

El constante pulsar de la memoria se entronca con el fatalismo de amores condenados a una finitud prematura, en esta lánguida y feroz visión del mundo a la que sólo le falta el contrapunto musical de una banda hiper depre como Joy Division para hacer completa la devastación emocional de sus personajes.