Nunca digas su nombre

Crítica de Martín Pérez - DiarioShow

El miedo, la maldición y la paranoia persiguen a un grupo de amigos

"Nunca digas su nombre" trata sobre una pareja y un amigo que se mudan a una casa en la que comienzan a pasar cosas extrañas luego de que invocan a "El hombre del adiós". Algunos sustos provocan saltar de la butaca, pero las malas actuaciones y falencias de continuidad quedan al descubierto.

Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas) y John, el amigo de ambos (Lucien Laviscount), se mudan a una casa en los suburbios de la ciudad en la que estudian, y a pesar de no estar en buenas condiciones, la comodidad y la imposibilidad económica los dejan sin mucha opción.

En el sótano encuentran los muebles de la casa, y deciden utilizarlos. Entre ellos hay una extraña mesa, de la que todo el tiempo cae una vieja moneda y una inscripción a modo de mantra, que dice: "No lo pienses, no lo digas". Quitando la cubierta de papel, Elliot lee el nombre "The bye bye man" (El hombre del adiós).

Cuando hacen la fiesta de inauguración de la casa llega una amiga de Sasha, que dice ser médium y les regala una limpieza espiritual, aunque las cosas se descontrolan tras nombrar "The bye bye man". A partir de esa invocación, los inquilinos de la casa y todos los que digan ese nombre estarán bajo una maldición, que generará paranoia y alucinaciones.

Con un monstruo que podría ser una derivación de la Parca, tanto por su aspecto como por su poder, "Nunca digas su nombre" deja de lado el terror psicológico que suele copar las salas de cine, y quiere devolver la magia de antaño de los viejos monstruos que daban pesadillas en los 80 y los 90.

Si bien es buena la intención, los resultados son irregulares: algunos sustos que hacen saltar de la butaca, pero el miedo no va más allá de unos segundos, destapando falencias de continuidad, malas actuaciones y otros vicios de autor a la hora de hacer terror clásico.