Nunca digas su nombre

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

¡CÁLLATE QUE ME DESESPERAS!

Un nuevo bodrio de terror llega a las salas, mejor vuelvan a ver El Exorcista.
Con mucha suerte, y de vez en cuando, el género de terror nos sorprende y se revitaliza con una historia interesante. Obviamente, no es el caso de “Nunca Digas su Nombre” (The Bye Bye Man, 2017), una película genérica que sigue, casi a rajatabla, todas esas reglas implícitas de las que tanto se burlaba “Scream” (1996).

Así es, estamos ante un film de manual, con alguna que otra variación, que no aporta absolutamente nada y, como si fuera poco, le toma el pelo al espectador. No de forma consciente, claro está, pero sus personajes y sus argumentos son tan malos que este pensamiento no se puede evitar.

La historia arranca en 1969 con una masacre, donde un hombre, aparentemente sin motivo y sin dejar de susurrar “No lo pienses, no lo digas”, asesina a varios de los vecinos de su cuadra y luego se quita la vida. Casi cincuenta años después, Elliot, su novia Sasha, y su mejor amigo John deciden mudarse a una antigua casona fuera del campus universitario para poder solventar y compartir los gastos. No pasa mucho tiempo, hasta que empiezan a experimentar ruidos extraños y cosas que se mueven en la oscuridad, pero todo se va al cuerno cuando en el cajón de una mesita de luz aparecen unas extrañas palabras.

Lo que se repite hasta el infinito es “No lo pienses, no lo digas” (don't think it, don't say it), y como la curiosidad mató al gato, Elliot decide arrancar este papel que recubre el fondo para descubrir el nombre “The Bye Bye Man”.

A partir de ahí, los tres jóvenes son presa de extrañas alucinaciones, imágenes que juegan con sus sentimientos y los obligan a pensar y hacer cosas que no entienden del todo. Detrás de todo esto se esconde una misteriosa figura encapuchada que los persigue en sus sueños y más allá.

Ni hace falta seguir explicando, pero el temido nombre se empieza a propagar y también los asesinatos. Aquellos que caen en la locura tienen la necesidad de matar para frenar a la criatura, salvo que él lo frene primero. La policía comienza a investigar (sí, Carrie-Anne Moss), pero nada es lo parece a simple vista.

Nada funciona bien en “Nunca Digas su Nombre”, desde la previsibilidad y estupidez de sus personajes (¿por qué hacen todo no lo que NO deben hacer?), hasta una historia de fondo que nunca se termina de explicar. Ni entendemos, ni sabemos quién o qué es The Bye Bye Man, o sus motivos, más allá de parecerse a una Parca deforme y vengativa con grim incluido.

Todo está agarrado de los pelos, inclusive la conexión entre los asesinatos del pasado y el presente, ocurridos en diferentes ciudades; pero lo peor sigue siendo la actitud de los protagonistas que, en un punto, ya da más risa (¿o es vergüenza?) que miedo.

Podríamos estar hasta mañana listando las fallas de la película, pero para que perder el tiempo. Una vez más, no podemos entender que hacen figuras como Moss y Faye Dunaway en semejante paparruchada, aunque podríamos justificar ese fiasco de los Oscar si quisiéramos (¿?).

Esta no es una historia original, sino que está basada en el capítulo “The Bridge to Body Island” de “The President's Vampire”, escrito por Robert Damon Schneck. No conocemos semejante material, aunque está claro que no funciona en la pantalla. Lo único que destaca de “Nunca Digas su Nombre” es su mediocridad. Lo sentimos por el genial Doug Jones que le pone el cuerpo a la criatura, pero nada se siente “fresco” en este relato que mastica cada cliché del terror “adolescente” y los regurgita en un tedio que atrasa el género unos cuantos años.