Nunca digas su nombre

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

La premisa era buena
A medida que avanza la producción se nota el bajo presupuesto.

“No lo digas ni lo pienses”. Al estilo de Candyman, al ominoso The Bye Bye Man –título original de la película- se lo invoca con sólo saber su nombre. Los que se enteran de su existencia empiezan a tener alucinaciones que los llevan a caer en el desastre total.

La premisa no es mala, pero su aplicación sí. Aquí se termina cayendo en la clásica historia de la casa embrujada: a una casona tenebrosa se mudan tres jóvenes que empiezan a percibir sucesos extraños… y todo lo demás. Hay una psíquica que cree poder limpiar la casa, uno de los jóvenes investiga, A medida que avanza la película, la producción va volviéndose cada vez más berreta, hasta que el bajo presupuesto termina notándose del todo con los efectos especiales. Así, el monstruo da menos miedo que los tipos que, en los ’80, acechaban disfrazados en el Laberinto del Terror del Italpark.

Y la presencia, en papeles menores, de dos decadentes caras conocidas –Carrie Ann Moss, la Trinity de Matrix, y Faye “La La Land” Dunaway- no hace más que resaltar la pobreza del conjunto.