Nueva York sin salida

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"Nueva York sin salida": pantera negra

El actor de la primera película protagonizada por un superhéroe negro encabeza ahora un policial alejado de los maniqueísmos al uso.  

Dicen que hay vida más allá de los superhéroes y la carrera del ahora popular Chadwick Boseman se parece mucho a una prueba fáctica que confirma la veracidad de tal suposición.Famoso por su rol en ese sorpresivo golpe de efecto que resultó Pantera Negra, primera película protagonizada por un superhéroe negro, este actor nacido al sur de los Estados Unidos venía construyendo desde hace más de diez años una carrera comprometida con historias representativas de su comunidad. Así fue parte del elenco de The Express(2008), basada en la vida del primer estudiante negro en ganar el premio al mejor jugador de la liga universitaria de fútbol americano en 1961. O interpretó personajes icónicos como Jackie Robinson, primer negro en jugar en la liga profesional de baseball (42, 2013), o a Thurgood Marshall, primer juez afroamericano en integrar la Corte Suprema estadounidense en 1967 (Marshall, 2017). Nueva York sin salida es su primer trabajo luego de haber pasado por el ubicuo Universo Cinematográfico de Marvel.

Se trata de un policial en apariencia alejado de todo maniqueísmo en el que el bien y el mal en principio no son reducidos a fuerzas autónomas, sino elementos que se contaminan de forma mutua. Dicho mestizaje da lugar a una gama de matices en la que los delincuentes tienen la posibilidad de hallar una instancia de redención, del mismo modo en que los agentes del orden no están exentos de quebrar los límites éticos y morales que rigen su oficio.

En ese contexto, el protagonista André Davis (Boseman) se constituye como un héroe impuro. Él es un detective de la policía neoyorquina sobre quien pesa la sospecha de ser un asiduo practicante de la doctrina Chocobar, uno de esos que primero dispara y después pregunta “¿quién va?”. Cuestionado por sus pares, Davis queda a cargo de un caso confuso en el que una media docena de oficiales fue abatida cuando intervenía en un aparente robo de cocaína entre bandas narco. Apurado por los agentes del FBI por cuestiones de jurisdicción, Davis debe atrapar a sus sospechosos antes de que amanezca y la investigación pase a manos de la fuerza federal.

Tanto el título original (21 Bridges) como su versión local hacen referencia a la orden de cerrar durante toda la noche los 21 puentes que permiten salir de la isla de Manhattan, con el fin de cortar la retirada de los criminales. Desde lo cinematográfico esta decisión convierte al escenario en el que transcurren los hechos en un espacio hermético, generando cierta sensación de claustrofobia narrativa a la que solo por momentos el director Brian Kirk consigue aprovechar a fondo. Pero es esa misma estructura sofocante la que sobre el final del relato también irá dejando sin opciones a sus personajes, volviendo a reducir la ecuación narrativa a los términos usuales de lo bueno y de lo malo. Y aun con los roles invertidos, este mismo giro empujará a la historia a resolverse sobre esas ideas más conservadoras que en principio la propia película parecía querer evitar.