Nueva mente

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

AFRONTAR LOS PROPIOS DESECHOS

“Cuando se habla de medioambiente, nosotros somos los primeros proactivos, somos los únicos que metemos la mano en la mierda y salvamos al planeta. ¿Eso quién lo ve? ¿Quién lo paga?”, reclama Lorena Pastoriza, coordinadora general de la cooperativa Bella Flor conformada por recuperadores urbanos que trabajan en el CEAMSE. Ambas preguntas actúan, en cierta medida, como ejes en los que se sostiene Ulises De la Orden para abordar la problemática de forma directa o deteniéndose en momentos y actores del proceso. Por un lado, la mostración de las descargas de los camiones, los materiales en las cintas, las palas que remueven la montaña que parece inabarcable, la contaminación en los predios, el aire y los ríos, la ganancia de las empresas y la ausencia de políticas estatales –más allá de banderas o partidos– para reducir la cantidad de desechos o aprender a separar. Por otro, el uso de testimonios de vecinos y trabajadores que construyeron los barrios, las plantas y la comunidad a partir de la crisis de fines de 1998- 1999 por el entierro de residuos que produjo también la muerte de un joven y el fenómeno de los cartoneros de principios del siglo XXI, como bien explica el antropólogo Francisco Suárez.

Por tal motivo, el relato fluctúa de manera permanente entre lo particular y lo colectivo moldeado a través del factor histórico. Ya se plantea en los primeros minutos de Nueva Mente con el ruido de la cinta en movimiento, los múltiples elementos desperdigados que aguardan a ser devorados por esos dientes metálicos y el pasaje del color al blanco y negro con matices azules. Luego, un montaje entre imágenes de archivo de periódicos de 1902, calles repletas con bultos amontonadas o fotos de gente revisando basurales así como voces en off de los medios que anuncian paros, reclamos, abandono de los gobiernos y desidia de los ciudadanos, un breve recorte de antaño que se tiñe de color porque, en definitiva, se trata de una copia, de un hartazgo. Una suerte de insinuación de un relato atemporal y cíclico mantenido mediante un pacto tácito entre acercamientos erráticos y superficiales del Estado junto con habitantes que se desentienden una vez que tiran las bolsas. ¿Qué sucede si uno se enfrenta a sus propios desechos? Resulta, quizás, una pregunta bisagra para intentar romper con el desconocimiento del proceso y de la emergencia pero también para interpelar al espectador hacia el inicio de la toma de consciencia.

En sintonía con esto, la educación aparece como el otro aspecto significativo ya sea a través de encuentros, talleres, programas y los primeros graduados en carreras universitarias que contagian a otros para empezar a estudiar, profesionalizarse y tener mayores oportunidades como la configuración del oficio de reciclador. El vínculo con el pasado aflora desde una perspectiva mayor, donde se recupera lo manual, el contacto con los materiales o la indagación propia para mejorar el producto final, mientras que apunta al futuro gracias al surgimiento de puestos nuevos en caso de inversión o del desarrollo de metodologías más provechosas pero también, como comentan los vecinos, en tanto espacio colaborativo donde conviven personas de diversas identidades de género, de distintos lugares geográficos o quienes salieron de la cárcel y buscan empezar de cero.

La música de Juan De la Orden y los reptiles junto con Fernando Vázquez acompaña la oscilación imprimiéndole variados matices gracias al protagonismo de cada instrumento, según el tono narrativo. Así, la armónica acompaña la apatía social y refuerza los momentos de crisis económicos, por ejemplo, mientras que la guitarra se destaca en el tema final que da impulso al cambio de mentalidad y a la acción. Porque, una vez visible ¿se puede seguir siendo indiferente? Mirar la propia basura, reducirla, separarla. Como indica Pastoriza, si uno solo modifica los hábitos no pasa nada pero si cada uno hace un aporte se produce un movimiento. Es hora de empezar.

Por Brenda Caletti
@117Brenn