Nuestros hijos

Crítica de Roberto Iván Portillo - Cuatro Bastardos

Nuestros hijos: La misma cena, diferentes comidas.
Los límites éticos de dos familias adineradas se ponen a prueba en esta obra de Ivano De Mateo que nos invita a reflexionar sobre la hermandad y la justicia.
La película italiana, I nostri ragazzi, de Ivano De Mateo es una nueva adaptación del libro “La cena” de Herman Koch (en Estados Unidos la titularon directamente como The dinner) que se estrena dos años más tarde de su presentación oficial en nuestro país. Y recordamos que viene otra más en el próximo Festival de Berlín dirigida por Oren Moverman y protagonizada por Rebecca Hall.
La obra cuenta la historia de dos hermanos opuesto se cruza a través de una decisión judicial sobre sus dos hijos (que también son diferentes entre sí) pero quienes, a pesar de esa asimetría, logran una gran química que sus progenitores no lograron establecer.
En el principio, Paolo (Luigi Lo Cascio), cirujano en un hospital, intenta devolverle la movilidad a las piernas a un niño que fue herido por equivocación durante un tiroteo de la policía local; mientras que su hermano abogado, Massimo (Alessandro Gassman), en tanto, se hace cargo de la defensa del acusado.

Pero la cinta tiene su dilema principal en el medio de la obra, el hijo de Paolo y la hija de Massimo, explotados en un desvelo juvenil, son acusados de golpear casi a muerte a una vagabunda de la ciudad. Cuando los tutores se van dando cuenta de la tragedia a través de las grabaciones de seguridad que se transmiten, una y otra vez, en los medios para atrapar a los acosadores y que posiblemente sean sus hijos; comienzan las charlas largas entre los esposos en reuniones (casi secretas) para proyectar una estrategia ante la dudas.
Los personajes se mueven por sus propias convicciones, nunca dejan de ser fieles a sí mismo. Pueden traicionar a otros pero nunca a ellos. Una pequeña imagen traslúcida de la burguesía postmoderna que queda sin luz gracias a que el realizador deja momentáneamente en evidencia su temáticas y preocupaciones de esta nueva era de divisiones donde hace mucho esfuerzo para empujarnos hacia ella.

El mayor logro recae en juego en el campo afuera que propone la narración oscura y a veces tétrica. Además, logra un gran juego con las imágenes visuales de las pantallas y de las miradas de artistas principales.
Sin olvidar que aprovecha sus recursos estéticos a lo Michael Haneke (la violencia) que lamentablemente es también donde tiene su mayor defecto. Recalcar una y otra vez, a través de la imagen, la misma idea de la cinta nos obliga a dar un paso al costado y dejar de empatizar con los personajes.

Un guion prolijo y sólido salva una dirección no muy estable, un salvavidas en medio de tanta marea. Y si podríamos eliminar el minuto final, estaríamos hablando de otra película. Pero no será en este caso.