Nuestro video prohibido

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Nunca pierde vigencia la vida en pareja a la hora de abordar una comedia. Hoy por hoy es probablemente el tema más tratado en el mundillo audiovisual junto con los chimentos y la política. Desde Shakespeare a rutinas de Stand Up pasando por los más diversos autores y directores, el cine ha sabido exprimir el jugo al tema dejando algunas obras inolvidables y otras que pretendieron serlo condenándose, por hacerlo, a la repetición burda.

Tal vez por no “querer ser como…”, es que “Nuestro video prohibido” no naufraga en la misma temática que trata: la rutina.

Desde el comienzo, la voz en off de Annie (Cameron Diaz) nos va poniendo en tema. Cuando conoció a Jay (Jason Siegel) todo fue flechazo y sexo a toda hora y en todo lugar. Hasta los conejos sentían envidia. Luego vino el matrimonio, los chicos, el trabajo… El placer y la intimidad casi desparecieron. En fin, él trabaja en la industria discográfica y de vez en cuando le envían Ipads que él, a su vez, regala a conocidos y amigos previa inclusión de una programación musical de su selección personal. Ambos se preguntan qué pasó con el sexo en la pareja. Se plantean con mucha naturalidad esto de haber dejado eso de lado y comienzan a tratar de recuperarlo. Cómo la rutina los invade, a Annie no se le ocurre mejor idea que tomar un libro de posiciones y filmarse ambos para verlo luego. Adivine quién se olvida de borrarlo para impedir la sincronización automática con los otros aparatos y que el resto de la ciudad los vea como Dios los trajo al mundo. Bien, hay que recuperar los Ipads a como de lugar.

Los primeros 15 minutos de “Nuestro video prohibido” se desarrollan con un montaje que sólo da pausa para la correcta pronunciación del texto de Cameron Díaz, y algo de entonación servil a dejar claro cierto estado de ánimo reinante en ambos. En este aspecto últimamente los guionistas de Hollywood suelen caer en el error de creer que con la sola presentación de los personajes y un par de pinceladas alcanza. Por el contrario, la compaginación de gags invierte la ecuación: en lugar de apuntar a que el espectador conozca en mayor profundidad las motivaciones de la pareja protagónica qué los mueve, etcétera, se eligen una seguidilla de situaciones para lograr establecer la química entre los actores y la empatía con el público. Es una “trampita” que en realidad nos pone en tema más que en conocimiento de quienes son estas dos personas y por que debería importarnos lo que les pase.

Lo único que le queda entonces a esta comedia es ver cómo se las arreglan para que nadie vea el video (¿zafado?), incluidos una pareja amiga Robby (Rob Corddry) y Tess (Ellie Kemper) y el futuro jefe de Annie, Hank (Rob Lowe), quien desea contratarla para que sus textos (el que escuchamos al principio) se transformen en “la palabra de la madre modelo de la empresa”. Llegados a esta altura, la película dependerá pura y exclusivamente de las ganas del espectador en creerse el accionar de los protagonistas, cuyas decisiones rayan lo inverosímil más de una vez. Si esto sucede será gracias a varios momentos de la dupla actoral que despliega cierto aire inocente frente a todo en general lo cual hace que los diálogos funcionen.

Jake Kasdan, que aprendió muy poco de su padre Lawrence Kasdan, aborda esta segunda comedia con Cameron Díaz (la primera fue en “Malas enseñanzas” en 2011) de una manera casi displicente. Es como si se supiera a sí mismo con pulso y timing pero lo aplicara poco. Tampoco tiene la sutileza de su progenitor. Esa que llevó a películas como “Reencuentro” (1983) o “Turista por accidente” (1988) a convertirse en buenos ejemplos del manejo del humor. Está claro que Jake hace otra cosa y probablemente no tenga muchas más chances de dar pasos de nivel medio.