Notti magiche

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

La voz de una luna moribunda

El film del director italiano retrata de modo algo irónico al cine de su país, durante la decadencia próxima de los 90.

Hay un apuro que no da respiro en la película más reciente de Paolo Virzi. ¿Hace falta que Notti magiche sea pretendidamente veloz? Como si el tiempo le apremiara, pareciera que Virzi trata de hacer caber todo y más durante dos horas.

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A partir de este ánimo, las "noches mágicas" del director italiano aluden de modo irónico. Ya la primera escena lo corrobora. El contexto es la Italia de los años '90, con el Mundial en sus instancias finales. Es en ese contexto en donde sucede la muerte de un tal vez prestigioso productor cinematográfico. La conjunción entre las partes es cuanto menos ingeniosa: gente reunida al aire libre, en torno al televisor durante los penales definitorios entre Italia y Argentina, y un automóvil que cae de un puente al Tíber.

A partir de allí, un comienzo inequívoco, que intenta -¿en vano?- sostener su premisa: el vínculo dilemático entre cine y televisión. (A la RAI se la mencionará, de hecho, en reiteradas ocasiones.) El gol y los penales parece que pueden más que la espectacularidad de un auto que cae (algo digno del cine). ¿Qué se elige mirar? ¿La pequeña o la grande pantalla? La reacción de los espectadores televisivos es cuanto menos ambigua.

Así, el mundial oficia también como marco histórico para el misterio que guarda el cadáver. Se trata de un productor de la más o menos vieja guardia, alguna vez codeado con el cine de autor, pero las más de las veces proclive a series fílmicas eminentemente comerciales. Lo encarna Giancarlo Giannini, y basta con que el actor sea él, por ser alguien capaz de cifrar lo que el cine italiano alguna vez fue.

Sobre este cuerpo, presumiblemente ahogado, se cierne la investigación. Las pesquisas apuntan a tres jóvenes guionistas. El racconto los situará un mes atrás, a partir de un concurso que les convoca a Roma. Uno de ellos, Luciano (Giovanni Toscano), semeja a un Gassman desbocado. Pero sin gracia. Tantas ganas de hacer tanto, que a Luciano no le alcanzan los gestos para tocar y agarrar todo lo que le rodea. Dada su hiperkinesia, ¿dónde y cómo guarda la paciencia necesaria para escribir y pensar el cine?

Desde ya, está claro que se trata de un grotesco. La tarea fílmica aparece en entredicho, mirada con sorna autoconsciente. Lo corrobora el extremo que también significa Antonino (Mauro Lamantia), otro de estos amigos, proclive a intelectualizar y alcanzar las cotas más profundas. Tan sumido está en este pensar, que se hace difícil pensarle de modo pragmático, conforme a la profesión que persigue. A su vez, Eugenia (Irene Vetere), la tercera en cuestión, es el vértice inseguro, temerosa de los hombres, llena de pastillas y de higiene aristócrata y familiar.

Seguramente, pueda pensarse a los tres como instancias que derivan de una misma figura vincular, la del guionista, cinematográficamente esencial. De este modo, son ellos, juntos, quienes habrán de compartir sus miradas para la reconstrucción de esta muerte en la que de algún modo han participado. Escritores, al fin y al cabo, tendrán que narrar y explicar lo que relatan. Con o sin coartadas. Desde el artificio que la palabra permite, o dado el caso, a través de la concatenación de secuencias y diálogos.

Lo que sucede es que el atiborramiento de elementos es tal, que el cometido de presumible cinefilia del film de Virzi queda sepultado por un abultamiento que apenas se detiene. Todo ello, a partir del resorte que significa el cheque-premio de Antonio, botín ansiado por este productor, para una vuelta a la pantalla que le posibilite, por ejemplo, recuperarse de un reciente embargo económico. Las idas y vueltas, a partir de ese proyecto que podría ser una película o una serie televisiva, quizás con dirección de Federico Fellini, ameniza con métodos de trabajo de aquella -y de esta- industria, con guionistas en negro, una producción adocenada, la farfulla de la farándula, y nombres y afiches que hablan de películas más o menos ciertas.

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De este modo, surgen alusiones directas e indirectas. Entre ellas, Ornella Muti sobresale en su divertimento, consciente de sí misma. Hay otros nombres señalados, desde la honra o algo así, como Ettore Scola, Marcello Mastroianni -quien entre sombras llora la ruptura con la Deneuve- o el mencionado Fellini, durante el rodaje de La voz de la luna, último film del maestro. Evidentemente, la elección de esa película es nodal, epítome de todo un capítulo que se cierra para el alguna vez colosal cine italiano. Y también otra alusión, evidente, que subraya su chiste de modo innecesario, sobre cierto maestro de la "incomunicación" que decide, de pronto, hablar y salir de un letargo tal vez autoimpuesto.

Pero todo esto no son más que notas de color, aunque lo cierto es que tampoco alcanzan un brillo que esté a la altura de lo que proponen. Es decir, si lo que está de por medio es la mirada y dilema de un cine alguna vez genial, con momentos insustituibles como el neorrealismo o la commedia all'italiana, la película de Virzi se debate en su propia imposibilidad. Es decir, no toca fibra sensible alguna, y queda en un estado epidérmico, sin alcanzar sensibilidad con lo que retrata.

Por otra parte, la decadencia que se avizora (¿solamente?) en este cine, es la que inevitablemente sobrevendrá en lo social. Son los noventa, y la etapa de Berlusconi está por llegar. Si de lo que se trata es de alcanzar un ánimo caído semejante, incurable en su hastío, mejor pensar en el cine de Paolo Sorrentino. Porque aun cuando Notti magiche diga ambientarse en la década infame de los '90, lo cierto también es que se sitúa en estos tiempos, cuya médula no alcanza siquiera a rozar, como película del presente que invariablemente es. Tal vez su designio sea el de navegar de manera inconforme consigo misma. Demasiado explicativa, sin poética (o de poética forzada). Y desangelada.