Nosotros

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

El núcleo del disturbio

Después de Huye (Get out, 2018), su notable ópera prima, el cineasta norteamericano Jordan Peele vuelve a incursionar en las posibilidades estéticas –y políticas– que puede proporcionar el género del terror y su tradición cinematográfica. No es casual entonces, no es para nada una coincidencia, que Nosotros (Us, 2019), su nueva película, comience con una escena siniestra, angustiosa, del orden de la infancia.

En 1986, en un parque de diversiones situado sobre una playa en la localidad de Santa Cruz –California, EUA–, una niña se aleja de sus padres y, por un instante, se pierde. La curiosidad infantil es una marca indiscutible del género. Una de las “atracciones” que va a llamar la atención de la niña será justamente la Casa del Terror, cuyo lema ofrece una primera “pista” –el film ofrecerá tal vez demasiadas durante su desarrollo– acerca del fundamento que organiza simbólicamente la trama: “Conócete a ti mismo”. Lo que la niña descubre en su recorrido a través de pasajes oscuros y espejos la dejará literalmente sin palabras. No volverá a ser la misma que antes.

Ya en esa escena, una de las primeras, es posible identificar la capacidad de Jordan Peele para producir tensión y suspenso mediante el trabajo con la puesta en escena. En especial, con el espacio cinematográfico, la disposición de los personajes en el interior del plano y su relación con el entorno. Las escenas de terror y persecución que ocurrirán más tarde van a confirmar esa destreza. La mayoría de ellas son visualmente formidables. Sin recurrir a golpes bajos, el cineasta norteamericano consigue provocar la sensación de que algo va a suceder en cualquier momento, efecto indispensable en este tipo de películas.

Luego del episodio inaugural, la historia va a continuar años después, cuando por vacaciones Adelaide Wilson (Lupita Nyong´o) regrese junto a su marido Gabe (Wiston Duke) y sus dos hijos, Jason (Evan Alex) y Zora (Shahadi Wright), al hogar de su infancia. El traumático recuerdo de su pasado no va a tardar en salir a la superficie y lo hará de la peor manera, a partir de la presencia terrorífica de la figura del doble y una persecución sangrienta. Como un espejo siniestro, como una sombra oscura de sí, una familia idéntica a la suya intentará ocupar la casa, hacer visible lo que permaneció oculto, en secreto durante mucho tiempo, para reclamar el desarrollo pleno de su existencia. Ante la pregunta por el desconcierto que provoca su identidad, una de las figuras contestará irónicamente: “Somos estadounidenses”.

Si en su film precedente, Jordan Peele exhibía sin reservas, y hasta con cierto regocijo y humor negro, la perspectiva racial que determinaba el tono de su narración con el propósito de evidenciar la hipocresía del progresismo blanco y su secreta tendencia asesina, en esta oportunidad el objeto de su crítica, el núcleo del disturbio que plantea, hay que buscarlo directamente en la familia estadounidense. El origen del conflicto –digamos, el horror– se encuentra puertas adentro. Y no afuera, en el extranjero, como suele establecer imaginariamente el sentido común conservador. En el juego de espejos que la película parece proponer, la mierda escondida brota y su expansión se vuelve incontenible.

Sin embargo, un problema no menor recorre silenciosamente el film de Jordan Peele. A diferencia de su primera película, casi sin fisuras, ciertos elementos desplegados durante el transcurso de la narración, elementos que dejan traslucir un afán por (sobre) significar y situar el film en un determinado territorio de lectura –el epígrafe que inaugura el film acerca de la existencia de túneles y subterráneos, el descabezamiento de un peluche, etc.–, terminan por transformar la historia en una manifestación un tanto pretenciosa de intenciones. Hay en Nosotros, sobre todo en las últimas escenas, un exceso de simbolismo. Como si la fuerza de a-tracción del planteo que busca imponer Peele sea tan avasallante como la forma elegida para representarlo. Como si, a fin de cuentas, no pudiera evitar su propio exhibicionismo. El evidente desequilibrio final, anunciado acaso por demasiadas “pistas” previas, no malogrará por completo su nueva película, aunque si ocasionará la pérdida de su encanto.