Norman: El hombre que lo conseguía todo

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

“No solo hay que ser, también hay que parecer”, esta frase tan popular es trabajada de manera invertida en este relato, la vida de un hombre común y corriente que cree poder vivir permanentemente en un “como si”
El guionista y director de “Pie de pagina” (2011) nos entrega una historia de personaje, centrado y apoyado en el desarrollo del mismo y sus relaciones. Nada sabremos de su pasado, es presentado en la última curva de su vida, tratando de vivir lo mejor posible en un mundo de apariencias y relaciones. O de relaciones aparentes.
Para esto, digamos que es un logro del director, cuenta con una de las mejores actuaciones de un Richard Gere, contenido de sus morisquetas habituales, lo cual no es una alabanza en si misma. Acá cumple, se hace creíble, querible y odiado, de manera simultanea.
Mueve a condescendencia y a desprecio, empatia y alejamiento, el problema del filme es que se queda en eso. También aparenta profundidad donde finalmente flota en la superficialidad, planteo que no está mal ni bien, es casi un reflejo de su propia criatura.
La película podría tener un definición clara para el espectador, no como producto en si mismo, pero sí se la enrola en el género de comedia dramática, ya que por momentos hay situaciones y diálogos que mueven a risa, y en otros es muy doloroso ver al personaje creyéndose el mismo sus propias fantasías.
Un hombre que se cree eficaz en el mundo de los negocios en las altas esferas, pero que en realidad nunca deja de ser un hombre “al que en algún lado vi”, su nombre Norman Oppenheimer, un mitómano de manual.
Por una de esas casualidades, “estar en el lugar justo en el momento adecuado”, se hace amigo de un joven político en un momento que éste parece estar en declive.
Tres años más tarde, cuando ese político se convierte en un líder mundial influyente, lo reconoce y lo nombra, es ahí que la vida de Norman cambia conmovedoramente para bien o para mal.
El director se queda a mitad de entre una constitución de los personajes patéticos de los hermanos Coen y los diálogos de un Woody Allen, tan neoyorquino como Norman.
De desarrollo netamente clásico, a pesar de estar estructurada en actos y trabajando permanentemente con elipsis temporales, no es atractiva desde la imagen, salvo algunas vistas de Nueva York, ni original desde el punto de vista narrativo.
Podría ser leída como una gran metáfora de la sociedad actual, esta posibilidad es lo mejor que posee la producción, como una gran critica al mundo que, globalizado en apariencia, va ocultando el horror de no ser de millones de personas que habitan el mismo mundo de Norman.