¡Nop!

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Esta enigmática mezcla de western, ciencia ficción y cine de terror sigue a dos hermanos dueños de un rancho que son atacados desde el cielo por un misterioso ente espacial.

La imagen es contundente, brutal. En el set de grabación de una sitcom, cuyos diálogos dan comienzo a ¡NOP! y usan por primera vez el título como enigmática referencia, un mono ensangrentado se sienta después de lo que parece haber sido una masacre. A su lado hay objetos tirados, una tribuna que la gente abandonó mientras un cartel pide aplausos y las piernas de una mujer, que se adivinan detrás de un sofá. Más adelante veremos la escena completa –ese evento tiene un antes y un después–, pero la presencia del animal, desafiante cual villano (o quizás héroe) de EL PLANETA DE LOS SIMIOS, es suficiente para introducir al espectador ante un dispositivo que se adivina peligroso.

En ¡NOP!, su tercer largometraje, el director de HUYE! y NOSOTROS hace otra de esas combinaciones de géneros a las que ya nos tiene acostumbrados. El elemento fantástico (o de ciencia ficción) está presente, lo mismo que el horror, pero lo que aquí aparece de un modo novedoso es algo parecido al western. O, al menos, a mostrarnos un mundo y una serie de personajes que hacen de los códigos del Oeste su modo de vida profesional. Con ecos temáticos y formales de clásicos de Steven Spielberg (como ENCUENTROS CERCANOS DEL TERCER TIPO, LA GUERRA DE LOS MUNDOS o su producida POLTERGEIST), del costado más hawksiano de John Carpenter (hay un ASALTO AL PRECINTO 13 y un ENIGMA DE OTRO MUNDO escondidos por aquí) y, más específicamente, el M. Night Shyamalan de SEÑALES, la película de Peele se presenta como una relectura en clave analítica de los códigos y tradiciones de esos films. Dicho de otro modo: quizás sea una película que no tenga la efectividad, en términos de impacto y horror, de esos clásicos, pero es una que invita a pensar en todo lo que rodea a esas convenciones, a esos universos y a esos miedos.

Cineasta analítico si los hay –sin ser experimental–, Peele nos acostumbró en sus películas anteriores a operar sobre el subtexto de un modo que no es usual en Hollywood. Su cine se preocupa tanto por los porqués de determinadas situaciones como del texto en sí, de la historia que nos está contando. Y progresivamente sus películas se han vuelto más inasibles, complejas, difíciles de interpretar de un modo tradicional como quizás uno lo podía hacer en HUYE!, que era una suerte de tesis sobre el racismo sistémico. Si NOSOTROS ya presentaba un juego de dobles y de espejos de alcances en apariencia interminables (como pasa cuando uno se pone en el medio entre dos espejos enfrentados), ¡NOP! parece abrirse aún más, yendo de lo racial a lo cósmico, de la cultura popular a, si se quiere, lo ecológico. Como diría un popular personaje de animación: «Al infinito y más allá».

Aquí la conexión más obvia entre el thriller de suspenso que se presenta y el universo en el que viven los personajes es algo que podríamos llamar «el mundo del espectáculo», entendiendo por eso el cine, la televisión y hasta las atracciones de parque de diversiones. De hecho, unas de las primeras imágenes de ¡NOP! son las series de fotografías tomadas por Eadweard Muybridge, en el siglo XIX, y exhibidas a través del llamado Zoopraxiscopio, tecnología creada en 1879 y considerada una de las precursoras del cine. ¿El motivo? Esa primera imagen «cinematográfica» es de un hombre negro a caballo, quizás lo más parecido al primer espectáculo en materia de imagen en movimiento. Y también, como la imagen del sitcom del principio, un potencial primer caso de explotación.

O.J. Haywood (sí, se hace llamar O.J., como Simpson) se dedica a entrenar caballos para que participen en películas, publicidades o programas de televisión. Tiene un rancho en medio del desierto (Agua Dulce, la población en la que viven, está a solo una hora de Los Angeles pero parece un paisaje lunar) y en él trabaja con su simpática y risueña hermana Emerald (Keke Palmer). Ambos dicen ser descendientes de aquel jinete de Muybridge, pero es una afirmación un tanto dudosa. El taciturno O.J. (encarnado por Daniel Kaluuya) fue testigo directo de la muerte de su padre, Otis (Keith David, referente del cine de Carpenter) por culpa de un evento inexplicable. Mientras estaban entrenando a uno de sus caballos (la película está dividida en episodios que llevan el nombre de cada uno de esos animales), extraños y puntiagudos objetos empezaron a caer del cielo, uno de ellos clavándose en la cabeza del veterano ranchero, que murió poco después.

Poco después vemos a la dupla de hermanos con uno de sus caballos esperando para hacerlo «actuar» en una escena. Pese a las advertencias de O.J., ante un reflejo inesperado, el caballo se altera violentamente, algo que también había sucedido en el episodio «celestial» anterior. Es claro que algo raro está sucediendo en el ambiente y todo parece indicar que los animales son los primeros en darse cuenta. Pero pronto los humanos también. Bah, O.J. y Emerald, ya que al mejor estilo Shyamalan, raramente ¡NOP! va a dejar el rancho de los Haywood. Y luego, como en la profecía bíblica que abre la película (un versículo sobre Nínive del Libro de Nahum que predice la caída del Imperio Asirio a manos de Jehová y que cierra con la amenaza de «convertir a la ciudad en un espectáculo«), el cielo empezará a caer sobre la Tierra. O, quizás, sobre Hollywood.

Es mejor no contar demasiado de los misterios, intrigas, personajes y curiosidades que irán apareciendo a lo largo de ¡NOP!. Lo que hay que saber es que se planteará como un intento de estos hermanos (y un par de colaboradores un tanto extravagantes) por entender qué es esa amenaza celestial que los persigue, afecta a los animales y termina haciendo estragos en un lugar cercano armado por Jupe (Steven Yeun, cuyo personaje se conecta con otra subtrama del relato) usando los modos más crueles de la cultura del show. También tratarán de hacer dinero con la ¿nave? ¿criatura?, filmándola. Y, si pueden, intentarán encontrar la forma de frenarlo. No es, en el modo spielberguiano, un alienígena amigable. No es tampoco, en el modo cine catástrofe, una invasión extraterrestre. Es algo más inquietante y en principio indescifrable, algo parecido a lo que dice la letra del clásico de Vox Dei citada al principio, casualmente una banda que ha hecho una carrera con temáticas bíblicas.

¡NOP! se pregunta todo el tiempo el significado de esa alegórica amenaza pero eso no corre en contra del suspenso y el terror, ni transforma a los personajes en analistas o comentaristas de sus hechos. Si bien es cierto que los resortes del género no están tan en primer plano como en sus anteriores películas, aquí también Peele va construyendo escenarios de tensión y horror atravesados por los espacios vacíos y la hitchcockiana imposibilidad de ocultarse de una amenaza que viene de arriba. Se trata de un equipo improvisado (uno de ellos es… director de fotografía) con una maquinaria ídem y sin demasiada idea de qué es lo que los amenaza ni cómo quitárselo, literalmente, de encima. No mirarlo puede ser una opción. Atacarlo de maneras impensadas, otra. Quizás hasta recitarle la letra de una canción infantil termine resultando una opción. Todo vale en el mundo según Peele.

Lo más claro de este sugerente y enigmático, sí, espectáculo, es que se trata de una lateral crítica a la explotación, la crueldad y hasta el racismo de Hollywood usando los elementos propios que hacen de ese cine el más famoso y consumible en todo el planeta. Ver las contradicciones de la industria del entretenimiento no impide que Peele utilice esos mecanismos a su favor. A modo de un western revisionista con elementos de ciencia-ficción, su ¡NOP! («Nope«, el título en inglés, es una forma ligera, si se quiere, de decir que no, que uno también puede negarse a consumir lo que se le vende) funciona como sus otros films, poniendo en primer plano esa otra violencia que está implícita en los modos del cine masivo. El entretenimiento de unos es, muchas veces, el sufrimiento de otros.