¡Nop!

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

¿Cine clase B con un presupuesto de casi 70 millones de dólares y trasfondo satírico? ¿Western contemporáneo siempre con caballos en el centro de la escena? ¿Ciencia ficción con invasión alienígena incluida? ¿Película de suspenso y momentos de terror? Todo eso y mucho más se combina en el tercer largometraje del director de ¡Huye! (2017) y Nosotros (2010).

Entre universos tan disímiles y distantes como los de, digamos, M. Night Shyamalan y Ed Wood, con escalas en Alfred Hitchcock, Denis Villeneuve y el Steven Spielberg de Encuentros cercanos del tercer tipo, Jordan Peele demuestra que es uno de los pocos autores actuales con el suficiente poder como para filmar lo que quiere (y cómo quiere), a riesgo incluso de defraudar expectativas tanto de cierto segmento significativo del público como de los propios ejecutivos y compañías que lo financian. Bienvenida sea de antemano esa libertad incluso con ciertas dosis de capricho y arbitrariedad, ese desparpajo, esas ínfulas y esa capacidad de provocación.

Es que, más allá de apelar a la imaginería del género más clásico como el western (los protagonistas son dos hermanos, interpretados por Daniel Kaluuya y Keke Palmer, que se dedican a criar caballos en una compañía heredada de su padre que está en absoluta decadencia), Peele propone en esencia una reflexión (reivindicación) sobre la épica de hacer cine sin medir las consecuencias. Es cierto que en principio ellos quieren registrar las imágenes de los extraterrestres para ganar dinero y fama, pero las presencias en la segunda mitad de un nerd techie llamado Angel (Brandon Perea) y sobre todo de un veterano director de fotografía (Michael Wincott) le dan al relato una impronta si se quiere herzogiana.

En su guion Peele apela al horror de la sociedad estadounidense en varios terrenos (desde una sitcom televisiva que en 1998 termina con el set literalmente cubierto de sangre hasta el uso de animales amaestrados en la industria audiovisual) y trabaja con un notable despliegue visual en varias locaciones (desde el rancho familiar donde se crían a los caballos hasta una suerte de parque de diversiones con iconografía de western).

Los efectos visuales del francés Guillaume Rocheron, la edición del estadounidense Nicholas Monsour y la fotografía del suizo-sueco-neerlandés Hoyte van Hoytema en 65mm se combinan a la perfección para que ese esteta, coreógrafo, showman y autor sin límites ni prejuicios que es Peele nos sumerja en un universo sobrenatural y reconocible a la vez para una inquietante película que por momentos divierte, en otros aterra y siempre fascina.