Non-Stop: Sin escalas

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Liam Neeson y Julianne Moore agitan los fantasmas del secuestro a bordo en "Sin escalas".

En medio de títulos oscarizables, con personajes complejos y estéticas que alimentan la crítica, Non-Stop, Sin escalas es una apuesta a lo conocido, con formato y estrategias en el guión que entretienen.

La película de Jaume Collet-Serra toma el ritmo y dosificación del suspense, elige un escenario identificado con el cine catástrofe en el imaginario colectivo, e incorpora la tecnología como personaje, un atajo hábil para crear y luego superar cualquier embrollo.

El rostro de Liam Neeson vale por sí mismo. Un hombre de mirada triste, que toma whisky de su petaca aborda el avión de pasajeros rumbo a Londres. El guión ofrece progresivamente información sobre la tarea de Bill Marks y va armando el contexto en torno a él. El antihéroe tiene su oportunidad a bordo para saldar todas las deudas existenciales. Para eso, nada mejor que una amenaza terrorista que ponga a prueba fidelidades y la fortaleza de ánimo frente a una situación límite.

Acompaña a Neeson, Julianne Moore, actriz siempre eficaz que colabora en las vueltas de la trama. La acción se concentra en los estrechos espacios de un avión y la cámara ofrece facetas interesantes de algunos personajes secundarios.

El comienzo de Sin escalas promete mucho más de lo que cumple, con una lucha a puño limpio en el baño y la atención puesta en el celular de Bill. La pantalla luminosa emite órdenes: el terrorista exige una suma millonaria a una cuenta bajo la amenaza de que morirá un pasajero cada 20 minutos.

La película amplía la mirada al plantear las reacciones frente al miedo y cómo la violencia en manos del hombre que quiere salvar a los pasajeros también pierde el sentido de los límites. También es atractivo el personaje de Neeson con sus facetas oscuras.

"El control es una ilusión", dice Jen Summers (Moore). A bordo de un bólido que cruza el Atlántico la afirmación intimida.

La historia convoca a la memoria reciente en torno a secuestros de aviones, alimentando un subgénero cinematográfico que ha pasado por todos los matices desde ¿Dónde está el piloto? a Vuelo 93. El miedo a volar crece cuando se inocula el dato político. Si todo puede ocurrir y, como dice un personaje, "la seguridad es una mentira", la película actualiza el peligro global, asistido por las nuevas tecnologías.