Nomadland

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

André Bazin decía que el western había nacido del encuentro entre una mitología, el Oeste, y un medio de expresión, el cine. Que era algo más que el horizonte y las cabalgatas, los hombres intrépidos y el paisaje de salvaje austeridad: era la esencia de una realidad más profunda, la del mito. Es ese mito el que deconstruye Chloé Zhao en su regreso de la frontera, espejo de aquel viaje de ida hacia un mundo de conquista y pertenencia. Y expone los mismos horizontes coloridos como consciente telón de fondo, la música insistente y por ello desmitificadora, la mujer que viaja hacia el encuentro con la ruta como su única protagonista.

Nomadland también recoge la tradición del desplazamiento de la generación beatnik, aquella juventud insatisfecha que fue a buscar el rumbo de la posguerra hacia las rutas salvajes. Sus personajes, prestados del documental, cargados de la poética ambigua de este pretendido mundo sin fronteras, también son “hauseless”, con un hogar en movimiento, con trabajos precarios y una vejez abierta a la misma incertidumbre que signaba aquella aventura de los pioneros.

Quizás alguna nota del piano de Ludovico Einaudi o algún atardecer en perfecta escuadra puedan confundir la genuina emoción con sentimentalismo. Pero el cine de Zhao recoge los pedazos de una civilización en crisis, las tradiciones que alimentan su propia crianza, desde su China natal hasta las enseñanzas de Sundance, la tentación de las coordenadas festivaleras con una verdadera vocación de acercarse a ese escenario desfamiliarizado, a ese pueblo ahora fantasma que vuelve al polvo previo a la construcción histórica.

Luego de la muerte de su marido y de la desaparición de la ciudad en la que trabajó y vivió con él, Fern (Frances McDormand) se aventura a los caminos como forma de supervivencia. Así como los temerarios vaqueros del SXIX corrieron la frontera de lo desconocido en su propia épica, a Fern le queda la lírica de la despedida, en una casita rodante improvisada que contiene sus pertenencias y lo que queda de su historia. Pero en cada parada hay amigos y fogones, promesas de reencuentro en la siguiente temporada, la solidaridad de esos nómades que no necesitan “el atrás” para continuar su camino hacia adelante.

Nomaland es una película que mira el mundo del presente con los ojos bien abiertos, y en el ejercicio de su propia consciencia nunca confunde su ficción con la realidad que la precede. Sus personajes habitan fuera de la cámara, en ese camino convertido en hogar, en esa vida en constante movimiento.