Nomadland

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

A la manera de Carlos Sorín pero con mayor presupuesto, Chloé Zhao pinta historias de tierra adentro uniendo actores profesionales con “no actores” o gente común. Así, “Canciones que mi hermano me contó”, “The Rider”, y ahora “Nomadland”, cuyos únicos profesionales son Frances McDormand, David y Tay Strathain, padre e hijo, y en fugaces apariciones Peter Spears y los cantautores Cat Clifford, Donnie Miller y el viejo Paul Winer (el librero nudista que acá, por suerte, aparece vestido). El resto son todos “ellos mismos”, y vale la pena conocerlos, como Linda May, Bob Wells y Charlene Swankie, que en parte también hace un personaje. El pueblo donde comienza la historia existe de veras, mejor dicho subsiste. Con la fábrica cerrada se fue despoblando. Esta obra imagina entonces el derrotero de una viuda, su camioneta, en la que ahora vive, y su encuentro con otras personas como ella, todas en trabajos temporarios por distintos lugares.

Ellos son nómades, como los pioneros en sus caravanas al Oeste, las familias que pintaron John Steinbeck y John Ford en “Viñas de ira”, o esa otra viuda que salió en busca de trabajo y amor en los ’70, y que contó Martin Scorsese en “Alicia ya no vive aquí”, pero son nómades del siglo XXI, herederos de los hippies, refractarios a la sociedad de consumo y usuarios de la tecnología y el combustible a buen precio.

“Nomadland” primero sorprende y de a poco emociona, de una manera muy suave, muy limpia. Es que tiene una actriz capaz de transmitir sentimientos desde lo hondo sin necesidad de grandes diálogos, inclusive sin ningún diálogo. Y con ella, una serie de personas, no personajes, que enamoran. Gente de veras, que enfrenta los infortunios saliendo al camino, ama valerse por sí misma, tender una mano y compartir una fogata cuando termina el día. Y sobre todo “Nomadland” emociona porque tiene una directora y montajista muy observadora que con mano suave supo descubrir, y descubrirnos, el corazón de esas personas, y a través de ellas también una parte esencial, casi fundacional, del corazón de su país. Película curiosa, hermosa, que parece chiquita y es realmente grande, enriquecida además con la fotografía de Joshua James Richards y la música del italiano Ludovico Einaudi.