Noé

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Waterworld

A Darren Aronofsky le gusta decir cosas importantes (léase como: graves y solemnes). Los personajes en su cine son seres apesadumbrados, así que después de todo, contar una historia de la biblia no suena tan extraño. Y que esta sea una superproducción tampoco, sus películas no han escaseado en estrellas. Pero si algo queda claro, es que el señor Aronofsky se toma muy en serio.

Esta versión del relato bíblico del arca de Noé, y de la inundación que (casi) borró a la humanidad, resulta una experiencia confusa. Desde el vamos uno no sabía bien con que iba a encontrarse: el drama de un hombre, una aventura fantástica/épica, un mamotreto bíblico infumable. Bueno, es de todo un poco, y muchas veces, demasiado de todo. Están las intros para el ignoto bíblico: la explicación de la creación del mundo, el Edén, la historia de Caín y Abel, y la gran “este engendro a aquel” como para no dejar afuera a nadie. Están unos descendientes de Caín que viven como salvajes (en plena transformación a Orcos salidos de LOTR), hay ángeles caídos (seres gigantes incrustados en rocas), y un matusalén que parece es un místico con poderes. Y además, un drama familiar que incluye a Noé, su esposa (Jennifer Connelly), sus tres hijos, y una hija adoptiva que rescataron de camino a ver al loco Matusalén (Anthony Hopkins).

Russell Crowe encarna a Noé y su interpretación es acertada. Contribuye con un personaje dispuesto a un salto de fe para abrazar la locura de actos que van más allá de su comprensión.

Las actuaciones no desentonan con el film. Todos con el entrecejo fruncido. El Noé de Russell Crowe es acertado. Proporciona un personaje dispuesto a un salto de fe para abrazar la locura de actos que van más allá de su comprensión. Una mole (está bastante abultado el australiano) que puede jugarse como defensor o destructor según se lo requiera. Además, el tono de gravedad no le resulta ajeno, ya en Gladiador (Ridley Scott, 2000) interpretaba a un tipo carente de sonrisa, y en Los Miserables (Tom Hooper, 2012) se sentía a gusto en una Francia decadente hecha para nuestro sufrimiento (y no solo por sus dotes para el musical). El otro que destaca en Noé es el personaje de Tubal-caín, un Ray Winstone que defiende la destrucción humana con una vehemencia implacable. El trío de hijos que conforman Sem, Cam y Jafet no logran lucir, y Emma Watson, a pesar de sus limitaciones, sale airosa con su interpretación de la hija adoptiva de Noé. El que parece no tomarse en serio lo que está pasando es Anthony Hopkins en el papel de Matusalén, el único que le da un poco de oxígeno al relato.

La primera parte de la historia es la presentación de ese mundo sumido en lo apocalíptico: mucha ceniza, desamparo y desolación. La familia de Noé es la única que mantiene el espíritu de bondad en el mundo, y además, son vegetarianos (filtrando un mensaje de que uno merece el infierno por destruir la naturaleza o comer carne). En ese comienzo, el aspecto visual, gracias a las locaciones y visiones de Noé, resultan atrayentes. La aparición de Los Vigilantes (ángeles caídos prisioneros en rocas) le insertan una impronta que es difícil de asimilar inicialmente, pero que ayudan a un vuelco fantástico en la construcción de la historia. Hasta ahí, uno se suma a la travesía. Cuando la famosa arca empieza a tomar lugar, la expectativa por la marea arrasadora transmite cierta tensión. Para cuando el agua llega, y la historia decanta a una tragedia familiar (que ya se veía venir), uno abandona el barco. Porque a pesar de cierta distancia con los estrictamente religioso (Dios es El Creador) y la ambivalencia de los personajes, uno ya acumuló suficientes primeros planos, sufrimiento y solemnidad. Y cae en cuenta de que lo que está viendo es un bodoque, de una pretensión tan grande, que se hunde por su propio peso.