Noé

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Hace décadas, en un extraordinario artículo publicado en partes, el notable crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet se mofaba con altura de Cecil B. DeMille y de su cine bíblico y mastodóntico: entre otras ocurrentes invectivas, lo acusaba de que la historia de Moisés y los Diez Mandamientos carecía de suspenso, ya que era algo resuelto hacía miles de años. Tenía su gracia, sobre todo por la escritura de extraordinaria precisión de Alsina Thevenet. Pero, obviamente, era una acusación no sólo aplicable a De Mille: cualquier ilustración audiovisual no revisionista de historias bíblicas tiene esos problemas, esas carencias al acecho.

Ya todos sabemos, al menos a grandes rasgos, la historia de Noé, su arca y el diluvio. Y allí va Darren Aronofsky, especialista en personajes obsesivos y potentes, con su Noé y su decisión de seducirnos mediante la apuesta por el gran espectáculo y, a la vez, por la necesidad aparentemente incontenible de establecer Grandes Ideas y de dialogar con La Biblia.

Para esto procede con una batería de recursos y elementos disímiles en calidad y en cantidad: algunos de los gráficos digitales más espantosos que se recuerden en el cine mainstream (la serpiente y todo el Edén en general), por más que citen biblias ilustradas; un Russell Crowe consistente (y grueso, con forma y cuello de oso), un Anthony Hopkins (Matusalén) con demasiado acento británico, muchos animales (digitales y poco logrados) pero de escaso tiempo en pantalla y poca relevancia dramática; alguna propaganda pro vegetarianismo, crueldad, unos muy simpáticos gigantes de piedra (a medio camino entre Star Wars y El cristal encantado), el siempre efectivo Ray Winstone como malo, Emma Watson usada como sostén de grandes elipsis, música atronadora de Clint Mansell (que supo brillar en Réquiem para un sueño). También pueden señalarse un Sem con un poco verosímil look de líder de banda de rock sensible, un Jafet demasiado elfo, imágenes de cadáveres y más agua y mucha tormenta en modo Titanic pero breve y sin profundidad, una dosis de luchas y gritos como en Corazón valiente, pero sin capacidad narrativa para la acción, y hasta algo de Star Wars descremada en ese primer segmento exploratorio en tierras semidesérticas (a la vez posapocalípticas y preapocalípticas).

Aronofsky, que pudo sostener un disparate como El cisne negro gracias a un nivel de intensidad y locura extremas, aquí fracasa. Lo hace porque nunca se decide por el delirio, nunca se juega, y así su Noé queda aguachento y quebrado. Hasta la llegada del agua, la narración al menos avanza -a los trompicones y a pesar de múltiples debilidades- gracias a la potencia del best seller original. La segunda parte, dentro del Arca, es un melodrama familiar bastante espantoso y torpe, en el que la intensidad tiende al ridículo con demasiada frecuencia. El cine de Aronofsky siempre tuvo cerca los riesgos de la grandilocuencia y del vacío a pesar de su tuteo con los grandes temas. Aquí no logra evitar ninguno de esos peligros y entrega un film abrumador y visualmente muy feo en demasiadas secuencias. El milagro para los ojos, como es habitual, reside en la belleza de Jennifer Connelly.