Noé

Crítica de Sergio "Brujito" Olivera - CiNerd

NOÉ

LO QUE EL AGUA SE LLEVÓ
Sergio “Brujito” Olivera

Lejos parece haber quedado el Darren Aronofsky apocalíptico y pesimista de PI (1998) o RÉQUIEM POR UN SUEÑO (2000). Y remarco el “parece”, por una cuestión simple. Puede que en esta esperada nueva película del director estadounidense, el planteo que haga del mundo y la visión que le imprima al acontecer de los hechos sean distintas a las que yo percibí. Creo firmemente en que hay directores que merecen siempre el beneficio de la duda. Y Aronofsky es uno de ellos. Pero vuelvo al principio. Cuando me enteré de NOÉ (NOAH, 2014), empecé a sentir una cierta inquietud, en relación al cómo trataría este director un tema bíblico que todos conocemos. Es sabido que el Viejo Testamento es un afluente de historias sobre la lucha arquetípica de la maldad contra la bondad, sobre el heroísmo, sobre los valores morales correctos para la sociedad Occidental y Cristiana, entre otros tópicos comunes. Lo que, a primera vista, resultaba conflictivo era la visión del mundo que Aronofsky plantea en su filmografía y el mensaje final que suelen tener las historias provenientes de la fuente bíblica. Alerta spoilers, los malos son castigados.

Lógicamente, con toda la crueldad que pueda emanar del relato, una historia como la de Noé y su famosa arca persigue un tema conciso y fácilmente diferenciable: el castigo de la maldad en los hombres. Es decir, si bien hay una bajada de línea que merodea durante toda la historia (la original, no la película), también hay un mensaje moral y esperanzador. Aquellos que sean buenos serán perdonados y/o salvados. Claro que, ser bueno equivale a hacerle caso a Dios. Y, a veces, los pedidos que vienen de arriba son un tanto complicados de llevar a cabo por los protagonistas de las historias. El lado humano cobra fuerza cuando se decide hasta donde se le hace caso a esa figura que “gobierna”. Y la exploración de este lado humano era la riqueza que podía explotar un director como Aronofsky en una historia como la de Noé.

Y las ideas previas se cumplieron. Al menos, estas dos ideas que yo llevaba conmigo a la sala del cine. En primer lugar, la visión pesimista del mundo del director entró en conflicto, en cierto punto del relato, con la historia en sí. Si bien, el director se esfuerza por humanizar a sus criaturas, el maniqueísmo no deja de estar presente y la lucha del bien y el mal cobra demasiada significación. La idea del mensaje esperanzador sigue presente, de un modo raro, retorcido, pero presente. La idea de la magnificencia de Dios cubre todo el relato, siendo exaltado en varias partes. Las obras de Dios, los milagros, los elementos fantásticos del relato religioso, lejos de ser tratados con sutileza son puestos en un pedestal. Reafirmados. Noé no construye el arca con madera conseguida a la vieja usanza. Los ángeles caídos se la construyen con madera sacada de un bosque milagroso que Dios genera en el desierto. Y es desde esta perspectiva, desde este planteo de realzar lo “mágico” en una película que intenta explorar la humanidad de sus personajes, que me permito dudar de lo que quiso hacer el director. Puede que su intención, haya sido simplemente resaltar su idea de Dios. Puede que, por el contrario, haya buscado ironizar sobre la obra divina mediante la grandilocuencia. Admito que no puedo decidirme entre estas hipótesis. Lo que sí me resulta claro, es que esta indefinición le juega en contra a la película en su totalidad.

El segundo preconcepto que llevaba para ver la película era la capacidad de explorar en la humanidad de los personajes que siempre mostró Aronofsky. De antemano, resultaba interesante ver como plantearía este director, personajes tan arquetipados como lo son aquellos que pertenecen a los grandes relatos de la religión. Y aquí le doy la derecha al realizador, porque el resultado final de los personajes de la historia es brillante. Al menos de los de la familia de Noé, porque el antagonista no deja de ser un personaje chato, la encarnación misma del villano unidimensional. Pero en sí, la familia de Noé muestra muchos rasgos atrapantes y novedosos en su construcción. Novedosos en la construcción de un personaje bíblico, aclaro.

Claramente, el acento está puesto en Noé y su relación conflictiva con Dios y sus designios. Y vista desde este punto, la película resulta tremendamente apasionante. Claro que también se contamina del mensaje moralista y adoctrinador. Y aquí pierde su interés. Si bien mantiene elementos de la filmografía de Aronofsky (las imágenes aceleradas, el tremendo estetismo del tipo para retratar los lugares y las sensaciones), ésta se siente su película menos personal. O al menos, la película más blockbuster de su carrera. No digo que esto esté mal, sólo que es un poco decepcionante y doloroso empezar a aceptar que todos (o casi todos) los directores que amamos caen, tarde o temprano, en la tentación de la grandilocuencia. Aronofsky, al menos, le dio la mano a Dios para dar ese paso.