Noches de encanto

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

A la conquista de Hollywood

Una gloria de la canción, Cher, y una estrella que busca su destino, Christina Aguilera, protagonizan Noches de encanto, comedia romántica con escenas de music hall. La historia con guión y dirección de Steve Antin gira en torno a la anécdota fácilmente reconocible de la chica que llega a Los Ángeles porque quiere triunfar en el mundo del espectáculo. En la Meca de los negocios y la fama, el derecho de piso se paga con sacrificios, decisión y una suerte de exilio interior.

Christina Aguilera sorprende en el rol de Alice, personaje a la manera de una moderna Cenicienta, sin casa ni dinero, hasta que lanza la voz y se come el espectáculo. La primera escena de music-hall, con Cher anunciando el Burlesque, encanta al personaje de Aguilera tanto como al espectador de la película. La historia se vuelve glamorosa y hasta mágica cuando las chicas del teatro de variedades calzan zapatos y pelucas.

Tess, la dueña del lugar, mantiene la mística del show artesanal, junto a su amigo y asistente, Sean. Cher y Stanley Tucci logran una dupla que recuerda a la de Tucci con Meryl Streep en El diablo viste a la moda. Aquí también el actor se desenvuelve sin esfuerzo en el papel del segundo imprescindible. Cher, con el rostro sin gestos, aun así, puede con el personaje, gracias al brillo de sus ojos y su cabellera renegrida. Cuando el club se va en picada, Tess insiste en no vender el local, referencia a tantos artistas del género que sólo viven a través de su creación.

En tanto Alice, una noche sale al toro y mata, esto es, en la jerga teatral, reemplaza a una chica y cuando la música falla, pone su voz al servicio del show que jamás puede detenerse. La chica se convierte en una revelación. Aguilera, también. Con peluca corta, envuelta en perlas o plumas, la cantante baila y ofrece una faceta nueva muy promisoria. Junto a Cam Gigandet (Jack) juega al romance, sin modificar el esquema de musical apenas picaresco.

Noches de encanto es una película de amor, de impacto visual, escenografía y vestuario impecables, con una edición de muchísimo ritmo, buena música y el aire de pequeño Moulin Rouge, en el que cada destello se logra a fuerza de talento.