Noche de perros

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Hay una famosa frase popular, algunos se la atribuyen a Aristóteles y otros citan La Biblia , que reza; “Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. En éste caso se aplica de maravillas, pues esta tortura que significa ponerme a escribir sobre esto que intentó ser una película, es producto de mis palabras.

Aclaro que no soy el único culpable, que nada tengo de masoquista, no puedo decir lo mismo sobre la estructura sádica del director de la página, Andrés, que es un gran viejo zorro si los hay, que pronuncio las palabras mágicas, es este caso de magia negra:

….“¡ Ah, la viste!, escribí vos la crítica”…

Y aquí me encuentro entrada la noche, otra noche, no de perros pero meditando sobre como hacer para pasarla bien mientras pienso en qué escribir, sólo el humor los hará libre….parafraseando.

Pero empecemos desde el principio.

El filme abre con una voz en off, en una escena de persecución en una noche oscura. El dueño de esa voz es Ricardo, quien nos dice lo que siempre le repite su padre sobre que recaudos debe tomar un sábado a la noche.

Congelamiento de la imagen, y con el recurso de flashbacks, nos encontramos esa mañana en el estudio que Ricardo comparte con su padre, en el momento que recibe el llamado de su amigo del alma, Enzo, sereno de un estacionamiento, que lo invita a pasear y tomar cervezas a la noche.

Llegada la noche, Enzo toma “prestado” por un rato un lujoso auto y convence a su amigo a dar una vuelta. Con tan mala suerte que no sabia que su dueño es un cruel mafioso que hará vivir una noche de pesadilla a estos jóvenes con muy pocas ideas apropiadas, que sólo quieren divertirse.

Del cambio de registro al enroque de narrador, es solo cuestión de segundos, todo sin justificar, ni desarrollar.

Es tal el nivel de pobreza del guión que nada se hace creíble, pero no sólo el transitar por todos los lugares comunes en el cine desde hace 120 años, sino porque hay situaciones del orden de la falta de respeto hacia el espectador.

Ricardo está de traje en su estudio jurídico un sábado a la mañana, porque al día siguiente debe entregar el escrito en un juzgado, según hace referencia el padre, verdadero dueño del mismo. Hasta el día de hoy no sabia que existen juzgados abiertos para esos tramites los días domingos. Lo mismo ocurre con uno de los personajes femeninos que a la 4 de la madrugada del domingo se dirige a la facultad porque cursa temprano. Y así sucesivamente, como un policía corrupto que se asusta de nada que le hayan mostrado; o estableciendo que un empleado de un garaje no sabe de quién son esas llaves, que no reconocen que son de un Mercedes Benz, cuyo dueño termina siendo un mafioso peligroso. Tiembla Don Corleone.

Pudo haber sido una muy buena idea, mal desarrollada, tediosa, trillada, por completo malograda, como dijo una colega al salir, “es la primera vez que soy testigo de una comedia que no hizo reír a nadie”.