No toques dos veces

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La película de Caradog James es un catálogo de lo que ya se ha usado en infinidad de ocasioens para provocar miedo.

La intención de hacer una película de terror de calidad es obvia desde las primeras imágenes de No toques dos veces. La fotografía, la iluminación, la escenografía tienen ese lustre satinado que suele indicar que el presupuesto no era escaso y que el director podía permitirse ciertos lujos.

Pero ese concepto más o menos clásico de calidad hace tiempo que fue saboteado por este género popular que suele ser más creativo y diruptivo cuando es desprolijo que cuando hace bien los deberes. Y además, se supone que hacer bien lo deberes implica no copiar de forma abusiva.

En ese sentido, la película de Caradog James es un catálogo de lo que ya se ha usado una y mil veces para provocar miedo. Puertas que se abren solas, luces que titilan, sombras desenfocadas que se delizan, llantos inexplicables, etcétera. Todo enmarcado por una escenografía gótica: una casa vieja donde supuestamente vivió una bruja y una casa enorme donde habitan las protagonistas.

Una artista y su hija adolescente vuelven a encontrarse después de varios años en que estuvieron separadas debido a la adicción de la madre. Es un encuentro tenso, definido por la horrorosa experiencia paranormal que tuvo la chica y que le hace aceptar un amor y un cuidado maternos que había rechazado poco antes.
Por supuesto, la psicología sólo sirve de excusa temporal para entender las cosas desde el parámetro de los traumas o los shocks emocionales y no desde el punto de vista sobrenatural. Son las dos opciones básicas del cine de terror: todo lo explica la mente o todo lo explica el mal.

No toques dos veces elige la segunda opción y propone la típica conexión entre el mundo real y el mundo infernal como un pasaje de ida y vuelta. En vez de mostrarlo de forma más o menos abstracta, como el túnel de Poltergeist o el limbo brumoso de Oculus, aquí Caradog James rinde tributo a la tradición inglesa del misterio de los bosques.

Pero cuando llega a ese verde laberinto, ya ha agotado la paciencia con la infinita repetición de fórmulas mediante las cuales trata de mantener la expectativa a fuerza de sustos. Más allá de que plantee una trama compleja, con dos vueltas de tuerca incluidas, nunca consigue elevar la simple intriga rocambolesca al grado de suspenso.

Cuanto más quiere esconder más previsible se vuelve, porque en vez de ocultar los fantasmas y los demonios, esos que las buenas películas de terror se cuidan de exhibir, lo que pretende es engañar o jugar al truco exagerando las señas.